El 28 de mayo 2016 la asociación Solasbide-Pax Romana celebró una jornada abierta de reflexión y debate bajo el título “Escuchándonos y dialogando para la paz aquí y ahora. Creer en las tareas de la paz”. Las líneas que siguen son un resumen y recapitulación de las principales ideas que surgieron de ese diálogo.
     La paz constituye un fenómeno muy complejo, multidimensional, es una de las más profundas aspiraciones humanas, un imperativo ético o religioso, un don de Dios o una tarea humana según las diversas visiones que conviven a nuestro alrededor. No podemos reducir la paz, como en otros tiempos, a la ausencia de guerra y de violencia directa contra las personas, a una mera situación o apariencia de orden exterior. Hoy la concebimos positivamente vinculada a la justicia, a la cohesión social, a un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida que usualmente denominamos como cultura de paz y que lleva implícito el respeto de los derechos humanos, al tiempo que la paz constituye también uno de esos derechos. El derecho a la paz y el derecho a la cultura de paz han sido objeto en las últimas décadas de diversos textos jurídicos internacionales que, por desgracia, no han experimentado la globalización que requieren.

     La paz no supone ausencia de conflictos, el conflicto es inherente a la condición humana, más que un resultado es un proceso o una aspiración, la de manejar los conflictos humanos y sociales sin el recurso a la violencia o a la imposición, resolverlos a través del diálogo, el acuerdo y los procedimientos propios del sistema democrático. Tampoco debemos esperar que la paz surja como una consecuencia automática de la justicia, que llegará con ella en un futuro indeterminado. Lograr la justicia exige también trabajar por la paz y desde la paz, son tareas complementarias e inescindibles.
     Sabemos que no es realista aspirar a una paz perfecta, sin violencia ni conflicto, a una idílica situación de armonía entre las personas. No tenemos más remedio que hablar de una paz imperfecta, una paz que se nos plantea sobre todo como tarea en diversos niveles, en el ámbito personal como aprendizaje y habilidad para manejar la propia agresividad, en el ámbito familiar como espacio  donde ha de iniciarse la educación en la cultura de paz que proseguirá en el sistema educativo, en los diversos ámbitos sociales, de vecindad, trabajo, religión, político, de los medios de comunicación. Ámbitos todos ellos donde se producen interrelaciones causales y retroalimentaciones, los seres humanos hacemos la sociedad pero también somos producto de ella, la paz a la que podemos aspirar es también la que seamos capaces de sembrar y con la que seamos capaces de constituir nuestro entorno social.
     La creación de una verdadera cultura de paz en nuestra sociedad, aquí y ahora, todavía ofrece grandes déficits, entre los que se halla el de abordar las formas ocultas de la violencia. Nos referimos a la violencia estructural o el daño que se produce en la satisfacción de las necesidades humanas básicas como resultado de los procesos de estratificación social y el desigual reparto y acceso a los recursos, la frecuente y cruel consecuencia de una economía de exclusión e inequidad; como ha dicho el papa Francisco, “esa economía mata”. También la violencia cultural que pervive entre nosotros, la legitimación del resultado de violencias que operan a través del racismo, el sexismo, el clasismo o el eurocentrismo, el rechazo de la guerra en los países “civilizados” pero su tolerancia en los países periféricos o “atrasados”, la indiferencia oficial ante el drama de los refugiados que provocan esas guerras actuales.
     Lugar central en la construcción de la cultura de la paz ocupa la comunicación, la predisposición a la escucha, el debate político, social, religioso, no agresivo, la búsqueda de concordia. La incomunicación, la ausencia de conciencia social sobre los conflictos existentes, los problemas y las aspiraciones de nuestros vecinos, la falta de un verdadero fundamento ético y no solo práctico o funcional opera en contra de una verdadera cultura de convivencia en paz. Y a este respecto, apelamos a la labor esencial que tienen los medios de comunicación para reflejar y canalizar el diálogo, sin que en su actual estructura y funcionamiento se hallen siempre a la altura de la misión  que les corresponde, sin que a menudo sepan encauzar un debate respetuoso y constructivo que huya de la agresividad y la injuria como espectáculo.
    Tanto a nivel internacional como en el ámbito que nos es más próximo seguimos padeciendo conflictos violentos, activos, latentes o mal resueltos. Todos ellos nos interpelan y nos exigen un esfuerzo individual y social. La experiencia de la violencia que más directamente nos ha afectado, el alzamiento militar de 1936 y la Guerra Civil, la actividad de ETA y de otros grupos y los excesos en la respuesta contra el terrorismo, nos alerta sobre algunas actitudes a evitar: la
apropiación sectaria del sufrimiento y su utilización con fines partidistas, la manipulación de las víctimas, el intento de construir una memoria parcial y a favor de intereses particulares, el simple olvido del pasado. Es necesario trabajar la concordia, el recuerdo compartido y la reparación de las víctimas, la coexistencia de las distintas sensibilidades políticas, culturales, lingüísticas y religiosas, la confianza mutua. Hemos de afianzar los procesos de reconciliación al tiempo que debemos respetar los procesos personales relativos al perdón, materia muy delicada que no puede ser objeto de imposición ni banalización.
     Y todo ello sin perder de vista la persistencia de motivos de violencia estructural que a veces nos pasan desapercibidos: la desigualdad y la exclusión social y laboral, la exclusión de las minorías, la xenofobia, la discriminación entre mujer y hombre y la preocupante persistencia de la violencia de género, las trabas a la convivencia intergeneracional, cívica, escolar, la intolerancia religiosa, etc. No nos podemos resignar ni hemos de renunciar a ser agentes activos en la tarea, en las tareas de la paz. A través de estas modestas reflexiones aspiramos a contribuir en esas tareas y, en unión de otros colectivos e instituciones, abrir para ello cauces más permanentes y eficaces en Navarra.