El viaje empezó en Tegucigalpa y terminó en Guatemala, pero la convocatoria que dio el impulso inicial estaba en El Salvador, del 30 de agosto al 2 de septiembre, en el Congreso de Amerindia para celebrar los 50 años de la Conferencia de Medellín.

Honduras fue un buen arranque para esas dos semanas y media y para cumplir el primer objetivo: visitar a Mons. François Lapierre. François, ex asesor mundial del MIEC y del MIIC, obispo emérito de Saint- Hyacinthe, en Quebec, reside y trabaja desde hace unos meses en un centro de formación y espiritualidad gestionado por la Universidad Católica de Honduras. Este centro se llama Tabor, a 17 kms de Tegucigalpa, a buena altura; allí François ha encontrado un hermoso espacio para seguir siendo misionero, disponible para quien le pide cualquier servicio, escuchando y acompañando múltiples y variadas historias de vida y de fe.

Luego llegó Elisabeth Muller – Guigui -, coordinadora latinoamericana del MIIC. Dedicamos tres días a reuniones con antiguos miembros del MIEC, estudiantes universitarios en los años 80. Disfrutamos de la compañía y la lúcida visión sobre Honduras de Mons. Raúl Corriveau, obispo emérito de Choluteca. La realidad social y política del país es muy complicada y con pocas alternativas a corto plazo. El golpe de estado de 2009 marcó un antes y un después, también abrió una gran brecha en el país entre quienes lo apoyaron y quienes se opusieron. Ese enfrentamiento continúa y toca todos los ámbitos del país, incluida la Iglesia. El deterioro democrático y social se ha profundizado con los años.

Para Guigui y para mí los encuentros, los diálogos con unas 12 personas que no habíamos visto en años, fueron duros por la dureza del país (violencia, corrupción, pobreza, inseguridad…). Pero también fueron estimulantes al ver que cada uno, cada una, ha hecho un recorrido profesional, familiar… y todos siguen buscando espacios donde hacer un hueco a la solidaridad, a la justicia, a la verdad, fieles al Evangelio de Jesús y dentro de esta Iglesia que, a veces, los ha tratado bien… y, a veces, mal. Creemos que relanzarán un espacio de encuentro y análisis sobre su país para seguir actuando donde se pueda, para decir una palabra en los ámbitos sociales donde se mueven y para ser una voz laical en ámbitos eclesiales. Todo en ello en sintonía y vinculados al MIIC. Agradecemos la hospitalidad y la cercanía de todos los amigos en Honduras. La persona que sirvió de enlace con el MIIC y con los antiguos del MIEC es Melvin Adalid Raudales.

El Salvador. En la UCA, en el auditorio “Ignacio Ellacuría”, tuvo lugar el congreso de Amerindia (Red de teólogos, teólogas y agentes de pastoral de América Latina). El tema: “Los clamores de los pobres y de la Tierra nos interpelan”. En 1968 se celebró en Medellín, Colombia, una Conferencia de obispos de América Latina en la que participaron muy activamente teólogos, expertos, laicos y observadores de otras iglesias cristianas. El gran objetivo era impulsar en la realidad de América Latina las orientaciones del Concilio Vaticano II. Los documentos que de allí salieron fueron un fruto muy importante, pero el “Espíritu de Medellín” fue más allá y se ha convertido con los años en una referencia mayor de la adultez de una Iglesia que miraba con ojos nuevos la realidad de un continente maravilloso, rico, variado…, mayoritariamente católico entonces, y marcado por la desigualdad y la pobreza. El Congreso de San Salvador quería tener muy presentes los documentos y el Espíritu de Medellín, ser fiel a los orígenes, mirar bien el camino recorrido… y animar el futuro. Fueron cuatro días intensos: ponencias, testimonios, plegarias, música, teatro. Éramos más de seiscientas personas inscritas, ponentes de calidad y un buen equipo organizador, latinoamericano y local.

En estas líneas no podemos resumir todas las intervenciones, pero sí querría destacar la amplitud de temas y la gama de personas responsables de las conferencias y de los talleres (teólogas y teólogos, voces laicales y religiosas, latinoamericanas en su mayoría, testigos de primera hora en Medellín y gente joven). También, la apertura a nuevos desafíos, la fidelidad al Vaticano II y a Medellín, y a los grandes pasos de la teología en América Latina. Gustavo Gutiérrez, tantas veces citado a lo largo del encuentro, dirigió, desde Lima, un mensaje en la clausura. Cecilio de Lora, Jon Sobrino, Leonardo Boff, Pedro Trigo, Pablo Bonavía, María Clara Bingemer, María Pilar Aquino, Carlos Schickendantz andaban por allí. También, las teólogas italianas Serena Noceti y Silvia Scatena quien ofreció una apasionante lectura de “Medellín por dentro” en la liturgia, en la convivencia, en las homilías, en el sentido de responsabilidad ante el Vaticano II y ante la realidad de América Latina.

Dedicamos una mañana a peregrinar tras los pasos de Mons. Romero. Visitamos primero la capilla donde fue asesinado, oramos y nos emocionamos con silencio, cantos y testimonios. De allí, a la catedral para descender a la cripta donde reposan los restos de Monseñor. Grupos de peregrinos pobres rezando, emocionados y firmes, junto a observadores silenciosos, móviles y fotos, lágrimas y una cierta atmósfera de esperanza para quienes lo siguieron y apoyaron en vida. Porque la memoria de Mons. Romero sigue viva y crece. Al final de nuestra peregrinación, Jon Sobrino nos conmovió con su magnífica conferencia sobre Mons. Romero: el camino personal de Monseñor en la iglesia y la sociedad salvadoreñas, los jesuitas y Mons. Romero, y la misteriosa y fecunda relación entre la fe de Mons. Romero y la fe de Ellacuría.

La persona de contacto en El Salvador era Walter Raudales, actualmente es director del periódico digital “El Independiente”, fue cercano colaborador de Ellacuría en la UCA… hasta su asesinato. Walter tiene una trayectoria personal que serviría de guión para una historia política y eclesial de El Salvador, desde los 80 hasta ahora. Y lo mismo, en contextos diferentes, podemos decir de muchas de las vidas de quienes hemos reencontrado en los tres países, en algún caso con mucho, mucho dolor. Seguimos en contacto.

Guatemala fue la etapa final. Hospedados en la parroquia de Las Victorias. El párroco, Jesús, un cura leonés de origen y guatemalteco por años y vida allí, nos trató de maravilla y nos ayudó a entender la difícil coyuntura del país en unos días en los que flotaba en el aire un golpe de estado. El presidente de la república decidió impedir la entrada al país al enviado de Naciones Unidas, Iván Velázquez, presidente de la Comisión contra la Impunidad. Buenas reuniones con Jesús y Cirilo Santamaría, carmelita orduñés, con quienes ya nos habíamos saludado en el congreso de San Salvador días antes. Con Marco Tulio, Inci y Eddy, algunos encuentros previos y, ya en la última noche, una sabrosa y larga cena en la que Guatemala, América Latina y el mundo se mezclaban con recuerdos, experiencias actuales y preocupaciones sobre el futuro. También, en su caso y en el de personas de su entorno nos sorprendía la constancia para no rendirse, para intentar la creación de alternativas sociales, políticas. Y es admirable su esfuerzo por sobrevivir, literalmente, y por buscar una cierta vida profesional, familiar… y eclesial.

Pasadas unas semanas, escribo estas líneas cuando el éxodo de una multitud hondureña sale, huye, de su tierra y camina hacia otro país donde el futuro sea mejor. Tiene que recorrer muchos kilómetros, atravesar fronteras, recibir muchos golpes y, afortunadamente, mucha solidaridad. El final es incierto. En Guatemala nos encontramos con un cura cordobés que ha pasado muchos años en aquel país y allí quiere ser enterrado. Trabaja en la región del Petén, uno de los lugares de paso hacia México. Su gran trabajo pastoral consiste en animar la parroquia y, especialmente, mantener un albergue para la gente que llega del sur. Se quedan dos tres días, comen, descansan, curan heridas y se ponen en marcha para cruzar la frontera con México y seguir hacia el norte.

Hay grandes testimonios de los últimos años, y actuales, dentro de la Iglesia católica en los tres países. Hablando solo de obispos, pensemos en la figura de Mons. Romero. En Mons. Gerardi, asesinado en Guatemala, que varios años levantó su voz en la Comisión de DDHH en Ginebra a través de la representación de Pax Romana. En el cardenal Gregorio Rosas Chávez, siempre fiel a Mons. Romero; él presidió la eucaristía final del Congreso de Amerindia en la Capilla de los Mártires de la UCA. Recordamos de nuevo a Mons. Corriveau y su larga trayectoria pastoral en Honduras.

Hablamos de la situación eclesial en varios momentos, en cada etapa de nuestro recorrido, pero no hicimos un análisis exhaustivo y detenido. Sin embargo nos queda la impresión de que en las iglesias de los tres países hay espacios por donde el Vaticano II y Medellín no han pasado o, si pasaron, se borraron las huellas o han sido marginadas. Tampoco nos detuvimos especialmente en el fenómeno de las iglesias evangélicas en la región. Pero sí constatamos, tanto en los talleres y diálogos durante el Congreso de Amerindia como en los tres países, que hay sectores de la vida religiosa y del mundo laical que sienten poco apoyo, poco reconocimiento en sus respectivas iglesias locales, parroquias e instancias pastorales. Escuchamos informaciones positivas sobre algunas pastorales sociales, sobre nuevos intentos de recuperar cierta capacidad profética. La realidad de los seminarios, en algún caso con escándalos serios, y la de muchos de los sacerdotes más jóvenes, presentan muchos interrogantes. Insistimos, no es un diagnóstico de laboratorio sobre cada una de las diócesis o sectores pastorales, pero sí queremos recoger una preocupación cierta. La vida de cada día ya es difícil por esas tierras. La vida eclesial podría hacer más cercanas y visibles las líneas que Francisco ofrece con insistencia.

Queríamos pasar por Nicaragua, pero la inseguridad del momento nos hizo desistir. En cualquier caso, la visita a esos tres países ha valido la pena. Solo el hecho de tomar contacto nuevamente con personas que han sido cercanas, que nos habían abierto sus casas años atrás, que han sufrido tanto por la propia historia que les ha tocado vivir, que han intentado ser fieles al Evangelio de Jesús, que se han levantado una y otra vez con heridas y cicatrices imborrables, solo el hecho de sentir la alegría de volver a vernos, de reconocernos unidos en la vida y en la fe, de no dar por inevitable la injusticia tan despiadadamente impuesta, solo por eso el viaje valía la pena. Como, además, tuvimos la alegría de celebrar anticipadamente la canonización de Mons. Romero, demos gracias a Dios y a los amigos y amigas que encontramos en esos días.