El pasado día 21 de abril el colectivo Solasbide, que forma parte del movimiento internacional Pax Romana de intelectuales católicos, celebró, como en años anteriores, su V Encuentro abierto a otras personas interesadas en la materia indicada en el título. En las líneas siguientes haremos un resumen y recapitulación de las principales ideas que surgieron en el rico debate que tuvo lugar.

Se coincidió en que la crisis del empleo (que no ha de confundirse con el trabajo) ya no consiste solo, como en otros tiempos, en el desempleo, en la insuficiencia de puestos de trabajo, sino en la creación de empleo precario y sin derechos, o con derechos “jibarizados” en lo salarial, en la seguridad y en la salud, que ya no garantiza la inclusión social. Tener empleo ya no es sinónimo de salir de la pobreza, y esto no responde a una situación pasajera, a una mera crisis económica más, la de 2008, que se supera para volver al bienestar anterior, ni es una consecuencia inevitable de la economía o del cambio tecnológico (la tecnología es instrumental, ofrece oportunidades y amenazas, puede ayudar al progreso, pero dependiendo de las decisiones que se tomen sobre su uso). La crisis del empleo deriva directamente del diseño intencionado de un sistema económico y político, el neoliberalismo globalizado que hoy impera, que convierte tanto al trabajador como a la precariedad en el empleo en instrumentos al servicio de la acumulación de capital, del incremento de la rentabilidad a toda costa y de la competitividad salvaje que son sus señas de identidad, un sistema insolidario que produce desigualdad creciente y que culpabiliza al que fracasa.

Hubo consenso en que no se trata de añorar ni volver a la situación anterior, el pacto entre capital y trabajo que, a partir de la II Guerra Mundial, dio lugar al Estado de Bienestar. Hay que rehuir una visión eurocéntrica, ya que en esa época se mantenía la brecha norte/sur, la brecha de género, brechas culturales, que hacían que la mayoría de la humanidad no disfrutara del bienestar. No cabe que todos los países del mundo sigan un modelo consumista, desarrollista y de crecimiento indefinido. Hemos de avanzar hacia un futuro distinto que contemple un desarrollo sostenible o sustentable. Se discutió si es posible un desarrollo sostenible con crecimiento o si se impone el decrecimiento, en todo caso hubo acuerdo en un modelo económico más austero con un mejor reparto de la riqueza nivel mundial.

Ese camino al futuro ha de tener una visión más global y más humanista. La economía ha de estar al servicio de la dignidad de la personas, y no al contrario, el desarrollo no puede medirse solo con el crecimiento del PIB sino principalmente por la extensión realmente universal de los derechos humanos. Garantizar una vida digna a todas las personas exige su acceso a los recursos naturales y el reparto de la riqueza, y eso no lo puede dar el sistema capitalista. Se hace necesario el reparto del empleo, que se ha convertido también en un bien escaso, pero dado que ni siquiera el empleo garantiza hoy la inserción social y para evitar que nadie se vea obligado a aceptar un trabajo indecente es necesario implantar una renta básica universal (no una simple renta garantizada) que haga efectivos los derechos más elementales para todas las personas. Junto a ello son imprescindibles otras medidas de extensión de la protección social, como establecer salarios mínimos en cuantías adecuadas para asegurar un empleo decente o pensiones de jubilación suficientes y actualizadas.

El cambio de paradigma económico y social, que no será fácil, requiere diversas medidas que nos aproximen a él en torno a las cuales se ofrecieron algunas ideas. Es necesario salir del círculo vicioso de aplicar medidas que respondían a una situación anterior y que no funcionan para salir de la crisis del empleo (las manidas recetas de crecimiento económico sin reparto de la riqueza, precarización del empleo, rebajas fiscales para las rentas de capital que no se traducen en inversión). Son necesarias decisiones políticas orientadas a ese cambio, las soluciones no vienen de las leyes del mercado o del progreso tecnológico, acompañadas de un cambio cultural (antropológico y ecológico). Cualquier cambio en tal sentido requiere de una ciudadanía activa, crítica, participativa, que no deje las decisiones en las solas manos de los políticos, los empresarios o los sindicatos, que exija ese cambio como centro de la agenda política. Es precisa la movilización de los trabajadores para impulsar ese cambio tanto dentro como fuera de las empresas. No cabe el cambio cultural sin ciudadanos bien formados por un sistema educativo que les ofrezca valores éticos y humanos además de una cualificación técnica adecuada a las nuevas necesidades, y que no sea excluyente sino un mecanismo de inclusión que supere brechas sociales, de género y culturales. Las políticas de empleo son indispensables, pero solas no son capaces de impulsar el cambio, han de ir acompañadas de políticas mucho más potentes que las actuales dirigidas a las personas que ni siquiera están en condiciones de acceder a un empleo, a los descartados por el sistema, con respuestas individuales y colectivas de acompañamiento.

En 2013 las organizaciones de inspiración católica, entre ellas Pax Romana, reunidas en la sede de la OIT en Ginebra para contribuir al debate del marco de desarrollo post-2015 ya declararon: “La ruta más efectiva para superar la pobreza y la actual crisis económica mundial se encuentra estrechamente conectada con el fomento del trabajo decente y el apoyo a la protección social adecuada”.