Por: Eric Sottas

Estamos reunidos para rendir homenaje a Félix Marti por el trabajo y la dedicación que manifestó durante toda su vida para construir un mundo más justo, más solidario, no solamente a nivel de actitudes personales, sino también de reformas estructurales indispensables para permitir la construcción de una verdadera comunidad a la luz de la revelación del evangelio.

Conocí a Félix en 1975 en Roma, con ocasión de la Asamblea general del MIIC (Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos), encuentro que seguía la Asamblea general del MIEC (Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos – Lima 1975). Esos dos encuentros se enmarcaban en la evolución post Vaticano II de la Iglesia católica.

Durante los años 60 y a principios de los años 70, la diplomacia de la Iglesia católica había multiplicado las intervenciones en el seno de las grandes instituciones internacionales sobre la necesidad de reformas de fondo del sistema socioeconómico. Desde 1962, el Padre Lebret había presentado los principios de un derecho internacional al desarrollo de todos los pueblos, como elemento esencial de un desarrollo equitativo y duradero (véase las intervenciones del padre Lebret 15.10.1962 Uncsat/E/Conf.39/H/21 y UNCTAD I 1964-Réf UNCTAD Misc.41).

En 1974 tuvo lugar una Conferencia de Naciones Unidas sobre el Nuevo Orden Económico Internacional. El derecho al desarrollo fue —tanto en la UNESCO como en el orden del día de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas— una temática central, mientras la OIT organizaba varias sesiones sobre la satisfacción de las necesidades esenciales. En el seno de la Iglesia, la teología de la liberación se inscribía como un esfuerzo de actualizar el mensaje evangélico a la luz de una fe más solidaria en la comunidad.

Esos esfuerzos no tienen que ocultar que, si había un gran interés sobre aquellas temáticas, en la práctica se agudizaban las divisiones entre no solamente los ciudadanos, sino también los miembros de las comunidades cristianas.

Félix, hombre abierto y ponderado, supo organizar los diálogos permitiendo a cada uno presentar su posición y hacer salir a la luz las discrepancias (y varias veces las divergencias) entre los participantes. Aun si no se conseguía acuerdo, no se quebraba el intercambio y la búsqueda de una posible solución.

Por su parte, Félix explicaba su posición sin imponerla, pero sin distorsionarla. No se buscaba un acuerdo a todo costo, sino más bien profundizar los intercambios hasta donde se podía.

Como muchos de su generación, por haber vivido la época de la guerra y post guerra civil, sabía que no se gana nada ni por la fuerza, ni por la resignación. Nunca renunció a sus convicciones, aun cuando le parecía que la institución eclesial excedía su poder.

Hombre de cultura, era fascinado por la diversidad humana y se esforzaba en captar en el “otro” los elementos universales de la naturaleza humana.

También quiero mencionar su disponibilidad. Durante los 5 años que trabajamos juntos, él como presidente, y yo como secretario general, nos dividíamos las tareas en función de nuestros intereses. La cuestión de los recursos para realizar las tareas previstas era cada año más difícil. Él se hizo cargo de una parte significativa.

Gracias, Félix, por tu gran contribución, y gracias a Montserrat y a tu familia por su apoyo. Que el Señor te reciba en esa nueva vida que nos ha prometido.

Eric Sottas