Traducido al español por José Fabio Naranjo

Las transformaciones sociales y culturales que afectan nuestras sociedades ponen a prueba algo esencial para el futuro de nuestra humanidad: la transmisión. Por el hecho de la diversificación al extremo de los perfiles de los individuos y de su gran movilidad, los modos de transmisión habituales están en crisis y las instituciones tradicionalmente encargadas de asegurarlos están extremamente frágilizadas. Para retomar una  célebre expresión de Michel Foucault que se hizo célebre pero que merece toda nuestra atención podemos decir que estamos en el paso “de la  sociedad de la prescripción a una sociedad de la inscripción”.

 

Antes, la transmisión se hacía bajo el modo de la prescripción. Es decir bajo el modo de “la consigna”. Las instituciones como la familia, la escuela, los grupos de pertenencia prescribían a los individuos los derechos y los deberes, dicho de otra manera las reglaspara vivir juntos o convivir. Ellas les daban además los códigos y las prácticas, las significaciones y los ritos relativos a su crecimiento en humanidad y susceptibles de forjarles una identidad sólida.

Hoy en día esto ya no es tan obvio. La tradición sigue siento tan indispensable como ayer para el futuro y para convertirnos en humanidad, pero ella no se hará más bajo la forma de la “prescripción”. Entramos sin duda en una nueva era que será la de la inscripción. Desde ahora, los individuos no accederán a vivir juntos o a convivir sino al precio de un compromiso personal mucho más oneroso. Ellos deberán determinar por si mismos su escala de valores y su modo de inserción en el mundo. Se tratará para ellos de inscribirse libremente en una historia colectiva, en la  historia de un pueblo que ha comenzado antes de ellos  y en la que ellos están llamados a tomar un lugar. Pero como se hará esto?

Haremos una comparación marítima. Nuestras generaciones tenían la inmensa ventaja, en la aventura humana, de haber nacido en el puerto. Así, venimos a la vida hemos crecido, aprendemos a vivir y a vivir con otros… Nosotros habíamos incluso heredado de los antiguos, de los ancianos, un cierto número de útiles e instrumentos de medida. Con esta herencia, nosotros podíamos hacernos a la mar, ir a navegar. No era sin riesgos, es verdad, pero estábamos equipados para la aventura. La generaciones de hoy en día nacen en el mar … Y para no caer en la oscuridad, es necesario que ellas se pongan en la búsqueda de un puerto. Con tal de que sea un buen puerto. ! Por que no se puede vivir ni aun sobrevivir sin asumir una “tradición” y por lo tanto sin reconocer que se pertenece a alguna parte.

Pero nosotros mismos, cada vez que nosotros renacemos a nuevas dimensiones de nuestra existencia, ¿no renacemos  en plena mar, en medio del mar? Es necesario entonces, para nosotros también, inscribirnos en una ruta que nos llevará a buen puerto.

Entonces, como inscribir libremente su existencia en la historia de un pueblo y llegar a ser así  a ser parte de la humanidad? Como inscribir su existencia en la del pueblo de los creyentes y llegar a la experiencia creyente? Este es todo el trabajo de iniciación. Y el instrumento privilegiado de la iniciación cristiana, de convertirse en cristiano, es la relectura (la revisión de vida).

RE LEER, UN CAMINO FUNDANTE.

La relectura no es evidentemente la única práctica para convertirse en creyente. Pero el términos cristianos, ella es un camino fundante, porque la relectura es un “acto de interpretación”. Es interpretar la existencia singular y colectiva a la luz de un hecho: Jesucristo muerto y resucitado. La relectura es entonces un trabajo de la fe o más exactamente la escogencia de dejarse “trabajar” por el acontecimiento Jesucristo, en el corazón de nuestra existencia. Esta práctica se inscribe en el dinamismo de todas las primeras comunidades que han escrito el nuevo testamento. Éstas son “comunidades narrativas”. Los relatos que ellas nos han dejado llevan la marca de este “trabajo” de la fe. Esta era también la preocupación de los autores del primer o antiguo testamento; acoger la fidelidad de Dios en la singularidad de los hechos más difíciles de su historia. Especialmente la situación del exilio. La experiencia del exilio, transcrito por infinidad de relatos, es la matriz de la fe de Israel. No hay fe viva si no es releida y por lo tanto interpretada. Nosotros no pertenecemos a una “religión del libro” (según la expresión corrientemente utilizada por nuestros hermanos musulmanes para calificarnos) sino a una religión del acontecimiento, y por lo tanto  de “el relato”,  es decir de la interpretación.

La relectura no es entonces una especie de propedéutica para entrar enseguida en una vida cristiana más seria. Ella no es un aperitivo esperando una madurez espiritual más sólida. Ella es la condición del cristiano a lo largo de toda su vida, y de las comunidades ante todos los hechos que las afectan. Es un camino fundador permanente. Nosotros tenemos siempre que convertirnos en cristianos. Es en ese sentido que la “relectura” es de alguna manera la “matriz” de toda vida cristiana. Todos los creyentes son estar entonces invitados a entrar “en relectura”… Cada uno según su situación, su condición, su función en  la iglesia, porque todos son hijos e hijas del acontecimiento, como le gustaba decir a Monseñor Riobé.

PERFILES DE LOS CREYENTES DE HOY EN DÍA.

Cuando se mira el origen y el perfil de los catecúmenos de hoy en día, constatamos que se impone una extrema diversidad: diversidad de orígenes, de itinerarios, de motivaciones. Sus demandas son diversas. Esta diversidad tiene repercusiones sobre lo que podemos esperar de la “relectura”.  Pero una cosa es segura, todas las demandas convergen hacia una misma búsqueda, un mismo deseo: la búsqueda de identidad, el deseo de reconocimiento. Así, al igual que el catecumenado adulto es el modelo de toda catequesis, asimismo lo que vale para los catecúmenos vale también para todos nosotros. Es necesario entonces que la relectura se convierta en “pedagogía de iniciación” para todos los públicos.

Aquellas y aquellos que se presentan hoy en día a la revisión de vida o  que “entran en relectura”, -incluidos quienes participan en nuestros movimientos apostólicos-son humanos en gestación, cristianos en génesis, candidatos a la vida social y eclesial. Todos están atravesados por la “revolución de los individuos”. Su identidad no está detrás de ellos como una herencia recibida por nacimiento o por el hecho de sus pertenencias primeras (sociales, eclesiales, apostólicas). Su identidad está  más bien delante de ellos como una tarea a cumplir. Es una búsqueda con frecuencia laboriosa y onerosa!. Ellos no conjugan las relaciones como nosotros aprendimos a hacerlo en otra época pasada.

Es la conjugación del vivir juntos, ello son con más frecuencia individuos inciertos, son “yo” en busca de un “nosotros” con frecuencia problemático, más que “adultos”, conscientes de pertenecer a una comunidad que les llama y con la cual ellos comparten una misión común. Podíamos desarrollar este análisis mirando de cerca, por ejemplo, como esta “nueva conjugación” afecta todos las relaciones constitutivas de la existencia humana: relación con el tiempo, relación con nosotros y con los valores comunes, relación consigo y con las instituciones.

Para nuestros contemporáneos más que “la pertenencia” es “el itinerario” individual que está en primer lugar. Estamos tomados en el acto. Y todo el arte de los formadores o de los acompañadores (los asesores) será ayudar al individuo a devenir verdaderamente el actor principal de su historia, el autor de su propio itinerario. El aporte de las ciencias humanas- lo mismo que el de la teología práctica- está en favor de la relectura como un  instrumento privilegiado de esta emergencia de un sujeto realmente autónomo. Se trata de acceder a la identidad de hombres y mujeres “responsables” capaces de “responder por” sus actos y sus opciones, en un contexto en el que las pertenencias están extremadamente frágilizadas y donde la transmisión es cada vez más compleja.

Desde el punto de vista filosófico, Paul RICOEUR, habla de identidad narrativa. He ahí mi indicación preciosa para fundar el camino de la relectura.

LA RELECTURA, MATRIZ DE HUMANIDAD Y DE EVANGELIO.

Re leer, es vivir un tránsito. Es “pasar” de lo vivido a la experiencia. Lo que habitualmente llamamos lo “vivido”, son los hechos, los hechos en bruto. Esos hechos generan sentimientos (alegría o tristeza, miedo o cólera). Llamamos a esto lo resentido. Éste resentido representa la energía, pero energía anárquica, todavía no finalizada, todavía no humanizada, todavía no convertida en experiencia humana. Es lo humano en devenir… Dicho de otra manera “madera para  tallar o construir”. La relectura será la talla de un paso de lo resentido a la experiencia.

Releer, es tomar distancia con este “vivido”. Cuando yo releo, yo aprendo a objetivar lo que me sucede. Narrando -sobre todo por escrito- yo entro en la inteligencia de mi vida y de la fe que ahí se juega, habitar su existencia, comenzar a devenir sujeto.

Releer, es religar. Cuando yo releo, yo unifico los elementos dispersos de mi existencia (mis “destellos de vida”),  Yo los clasifico,  los ordeno, cuando yo narro algo. Y religándolos, yo les doy un sentido, les doy coherencia.

Religar es poner en relación, establecer toda clase de relaciones entre los acontecimientos, las personas y los grupos; entre el pasado, el presente y futuro. En resumen, es hacer memoria.

Para convertirse en una experiencia humana digna de ese nombre, es necesario entonces que este “vivido” y que ese “resentido” sean interpretados. Que pasen por la relectura, y por lo tanto por la narración. La cuestión es entonces la de saber de qué manera la lectura deviene “matriz de humanidad” para los hombres y las mujeres de hoy en día, marcados por la revolución de los individuos.

Para que la relectura se convierta en ese purificador de humanidad, para los hombres y las mujeres de hoy, es necesario que ella se despliegue en tres direcciones conjuntas y concomitantes: la relación consigo mismo/ la relación con el otro/ la relación con la historia de un pueblo. Así, nuestros contemporáneos van del “yo” al “nosotros”. Cada una de estas tres dimensiones es llamada por las otras dos y conduce hacia las otras dos. En ningún caso ellas deben ser consideradas como tres etapas sucesivas. Ellas son simultáneas. Y sin embargo el orden en el cual yo voy a presentarlas intenta tener en cuenta las mentalidades actuales. Yo la llamo la pedagogía del deseo.

LA PEDAGOGÍA DEL DESEO[1].

“VE HACIA TÍ!”

Ve hacia  ti mismo. Puede decirse que la primera palabra de Dios dirigida a Abraham es una poderosa invitación a entrar en relectura: “Ve por ti (hacia ti) del país donde naciste (la tierra natal)… hacia la tierra que yo te indicaré” (Génesis 12,1).

Ve “hacia ti” o “para ti”, por tu bien, por tu felicidad, diríamos nosotros hoy. Así, si Abraham emprende la ruta, es en primer lugar, para sí mismo (o hacia sí mismo)! Esto quiere decir que cuando Abraham quita la cuna de sus orígenes para ponerse en ruta en dirección de una tierra totalmente desconocida, el camina al mismo tiempo hacia sí mismo, hacia esa parte del mismo que le es totalmente desconocida. Su verdadera identidad está delante de él. Escuchando una llamada venida de otra parte y que le invita a partir, él emprende finalmente un itinerario hacia sí mismo. Él va donde le lleva a la vez su deseo y la llamada de otro. El se pone en ruta hacia lo que podía devenir su verdadera tierra natal… La que no conoce todavía pero en la cual el va a renacer. Su verdadera identidad está en el horizonte de su existencia.

La llamada inicial invita a toda persona (antes que cualquier cosa) a volcarse hacia su “futuro” como sujeto humano y como sujeto creyente al mismo tiempo. Se trata pues para ella de emprender una marcha (un itinerario) hacia lo mejor de ella misma, hacia su deseo más profundo -el cual es en definitiva y sean los que sean los avatares de la vida- un deseo de alteridad.

Es en este proceso que ella es creada a imagen de Dios para devenir su semejanza. Cuando releo mi vida estoy invitado a “narrar” mi propio camino de vida y de fe. Lo  hemos visto, releer es hacer narración, y por lo tanto interpretar, dar sentido, buscar una coherencia. Qué pasa entonces?

En una narración siempre hay brechas. La narración no es una demostración, ni una explicación, ella lleva las huellas de lo imprevisto, de lo inesperado, de la sorpresa! Hacer una narración, es darle lugar a este imprevisto. Hacer una narración, es también colocar palabras sobre las emociones más fuertes, canalizar los sentimientos, el fuego, la energía. Si el fuego que me habita no se traduce en palabras, el abarcará todo! Hacer una narración, ese entonces exorcizar mis temores. Así, al cabo del tiempo, de los acontecimientos, de la duda y de las preguntas, se teje la tela de mi existencia, de mi existencia con Cristo si las circunstancias me han dado la ocasión de encontrarlo y de darle un lugar (en mi vida). La “cadena” de su recuerdo viene entonces a cruzar la “trama” de mi existencia, para tejer esta tela. Se trata del encuentro con alguien. La persona que relee asi su existencia y la narra, aprende ha habitar su propia vida y a asumir las rutpturas, las heridas, los fracasos aún y los cambios que se presentan.

Narrar, es cuidar de sí, hacer el duelo de sus ilusiones y decir “si” a lo real. Es aprender a habitar su vida tal como ella es, recibirla como un don. Habitar su vida, es el acto de sustraerla de las alienaciones (de los ídolos) que amenazan siempre toman su lugar.

Esta primera dimensión de la relectura es hoy en día capital. Darle derecho es dar a la  persona la posibilidad de existir en primera persona, dicho de otra manera, para retomar la expresión de San Pablo, “construir el hombre interior”.

“VE HACIA EL PAÍS QUE YO TE MOSTRARÉ.”

Dicho de otra manera ve hacia el “tú” de la alteridad. Ve hacia el país del “yo-tu”. En camino de relectura, inevitablemente yo encuentro el otro. El otro que me alcanza y que me inicia! En la relación con el otro, bajo la mirada y la escucha del otro, yo recibo mi identidad de hombre y mujer. En la relación con otros creyentes, diferentes, yo recibo mi identidad de creyente o de  buscador de sentido.

La relectura, sobre todo si se practica en grupo, es inseparablemente dos cosas:

-el reconocimiento absoluto del otro como otro, y la diferencia que se tiene con respecto a él…

-y la escucha de una palabra radicalmente otra que me viene de un tercero -que puede ser la Escritura-  y que se me ofrece sin cesar para mi interpretación en función de la situación histórica en la cual yo vivo.

Lo que está en juego aquí y que esta puesto al honor, es el “sentido crítico”. La responsabilidad adulta como la respuesta de fe es aquella que se deja alcanzar, iniciar por lo que le llega de los acontecimientos  y de la palabra del otro. Pero esta responsabilidad y esta respuesta se mostrarán ellas mismas “críticas” de las formas de vida social o religiosa irrespetuosas de la mujer, del hombre y por lo tanto también del Dios revelado en Jesucristo. Críticas de todo lo que mata y aliena y por lo tanto del pensamiento único y de una mundialización que que hará caso omiso de las diferencias.

La experiencia de la alteridad así vivida es fuente de compromiso. Releer es entrar en una nueva relación con los otros renunciar a una doble tentación: la de la fusión y la de la exclusión… Para entrar en el régimen de la alteridad y de la reciprocidad. Jean Marie Labelle habla de “mutua trashumancia”… Un paso que no sabríamos vivir sin los otros por que nos viene precisamente del encuentro con el otro. Para articular esta segunda dimensión con la primera, nosotros podemos decir, retomando una vez más a Jean Marie Labelle, que “nosotros corremos hacia nosotros mismos, en los brazos de los otros” veamos ahora la tercera dimensión.

“EN TI SE BENDECIRÁN TODAS LAS FAMILIAS DE LA TIERRA”.

Ve hacia el “nosotros” de tu pueblo. Esta tercera dimensión de la pedagogía del deseo espera trabajar la relación con la historia y con las diversas tradiciones. Articulada a las dos primeras dimensiones, ella conlleva la siguiente proposición: corriendo hacia mí mismo, en los brazos de los otros, yo puedes inscribir libremente mi existencia en la historia de todo un pueblo!

Cuando yo entro en comunicación con los otros y que ponemos en común nuestros pequeños relatos, un “sentido común” emerge. Ocurre un fenómeno que podemos calificar de “simbólico”. Nosotros podemos, los unos y los otros, los unos por los otros tejer nuestro pequeño relato en el gran tapiz, el gran relato de la historia del mundo los creyentes.

La iniciación a la fe cristiana, el compromiso social, es siempre un camino hacia un “ser conjunto” en la diversidad de itinerarios y el modo de pertenencias. Es el fruto de un “reconocimiento recíproco”, cada uno estando animado por su deseo y el cuestionamiento de los otros y del Otro (con mayúsculas). Desde ahora, es así que será necesario comprender la referencia  a un “nosotros” que hace vivir;  nos inscribe libremente en una historia, con un origen común, un vivir juntos asumido y una esperanza compartida.

La relectura va a enseñarnos a vivir la pertenencia a la iglesia no bajo el modo de la “cohesión” ya realizada… o soñada por las necesidades de una religión hecha de esperanzas en la seguridad -sino bajo el modo del “reconocimiento mutuo” y del compromiso común al servicio de un objetivo común. La Iglesia es menos comprendida así como lugar de pertenencia  y más como experiencia de vida.

Así, releer es entrar en una nueva relación con el tiempo. Salir del  vagabundeo para revisar el pasado con el fin de no encerrarse en el, vivir el presente como un “presente” como regalo, no soñar ya el futuro en solitario, sino comprometerse con otros, solidariamente, en el reconocimiento mutuo. La relectura nos enseña a hacer memoria en el sentido cristiano del término.

En conclusión, la relectura es verdaderamente un acto de iniciación. Por ella, cada individuo emerge como persona libre y responsable de su devenir, cada uno puede devenir no solamente actor de su vida y en la vida, sino como el autor de esta vida. Toda narración tiene un autor. La relectura “autoriza” a quien la practica a devenir l autor de su propio relato, responsable del sentido que él le da.



[1]  me refiero a la definición de deseo que da Emmanuelle Duez-Luchez: “el deseo es aparentemente “casi nada” que permanece escondido toda una vida. Mientras el deseo es más profundo más toma tiempo para emerger. Los deseos más emergentes, se revelan después de largos encuentros muchas veces recomensados” (la catequesis entre saberes y sabores. Editions de l’Atelier 2003.)