1.  Introducción

En nuestro mundo, en nuestra Iglesia y en nuestro movimiento se habla mucho de la necesidad de una espiritualidad más profunda. La gente debe hacer frente a realidades aterradoras: pobreza, desigualdad y desempleo; violencia, dominación y abuso de poder en todos los niveles; explotación y corrupción; crecimiento de la cultura individualista, consumista y competitiva; dificultad en establecer relaciones profundas y duraderas. Mucha gente vive atormentada por un sentimiento de inseguridad, miedo y desesperanza.

En respuesta a esta realidad, el mundo se ve inmerso en muchos tipos de espiritualidad que ofrecen algún tipo de consolación y esperanza. Desgraciadamente, ¡muchos de estos tipos de espiritualidad lo que hacen es reforzar estas realidades o incitan a la gente a escapar de ellas! Cada vez es más difícil hablar de un evangelio que implique un verdadero compromiso y que pueda transformar el mundo desde un espíritu de amor, obertura y diálogo.

 

La JECI, así como otros grupos y personas que llevan las mismas orientaciones, siempre ha potenciado una espiritualidad de reflexión y acción crítica, con una perspectiva de transformación del mundo. Sin embargo, la creciente presión académica y la rápida renovación de los líderes estudiantiles, añadido a la también creciente dificultad en encontrar a asesores formados en este enfoque de la espiritualidad, han provocado que la comprensión y la práctica de esta espiritualidad esté disminuyendo en muchas partes del mundo.

Para tratar este problema, durante los cinco últimos años, el Equipo Internacional y los Equipos Regionales de la JECI han organizado y facilitado muchas sesiones de formación para asesores, animadores y estudiantes, las cuales estaban centradas en reflexiones profundas sobre esta espiritualidad. Después de estas sesiones, se ha pedido regularmente que se publicasen los resultados de éstas para que se convirtieran en un recurso de formación para asesores, animadores y estudiantes de todos los niveles del movimiento e incluso fuera de éste.

El presente Equipo Internacional de la JECI ha, en consecuencia, encargado la redacción de este libreto como una respuesta a esta solicitud. Esperamos que sea un recurso importante y útil para facilitar la formación y la comprensión de la espiritualidad del movimiento a todos los miembros, líderes, animadores y asesores de la JECI y otras personas interesadas en desarrollar una espiritualidad integral.  Si la vivimos más profundamente en nuestras vidas diarias se espera que cada vez más y más estudiantes (y jóvenes en general) sentirán fe, esperanza, amor y alegría y podrán así marcar una diferencia y aportar esperanza y cambios al  mundo angustiado en el que vivimos.

Cómo utilizar este libreto

Este dossier se puede utilizar simplemente como un recurso para una reflexión personal. Además, también se puede utilizar en un programa de formación de uno o dos días sobre la Espiritualidad Integral. Para ello, se sugieren en los apéndices algunos programas sobre como utilizar los contenidos de este libreto.

2.  ¿A qué nos referimos con la palabra “Espiritualidad”?

La palabra “espiritualidad” puede evocar muchos significados diferentes, los cuales pueden incluso entrar en contradicción los unos con los otros. Es por lo tanto necesario empezar esta reflexión sobre la espiritualidad de la JECI identificando qué sentido le damos al término.

Básicamente, cuando hablamos de espiritualidad, nos referimos al “espíritu con el que el hacemos las cosas, porque creemos que es la manera que más nos facilita poder encontrar a Dios”. Siempre existen dos dimensiones para definir la espiritualidad: definir la forma que adopta y definir su contenido.

La forma que adopta la espiritualidad de alguien tiene que ver con el contexto, la estructura o el medio que cada persona o cada grupo tiene para organizar o encontrar lo que le permite descubrir, encontrar y sentir más cercana la realidad de Dios, Jesús o la Verdad. Algunas personas encuentran a Dios más profundamente a través de la meditación en silencio, otros rezando el rosario, o cantando, o rezando, o bailando en grupo, o estando en contacto con la naturaleza, o con la adoración Eucarística, o mirando iconos o estatuas, o leyendo la Biblia a solas, o trabajando con los pobres, o compartiendo con alguien, o participando en un gran encuentro/concentración, o vistiendo de una determinada forma o llevando objetos, o viviendo en comunidad, o escuchando música, o pensando en un santo en particular, o jugando con los niños, o compartiendo una comida con otras personas…

¡No podemos seguir enumerando la gran cantidad de ejemplos! Evidentemente, cada persona puede encontrar a Dios en diferentes de estos contextos y a través de diferentes medios. Sin embargo, nosotros normalmente nos sentimos atraídos por un grupo o una manera de ser que se centran en sólo uno o dos de estos medios en particular.

Cada uno de estos contextos o medios constituye una “espiritualidad” en particular – una manera de despertar y encontrar al Espíritu de Dios que ya reside en nosotros, para que alimente nuestra fe y la manera cómo vivimos. Estos medios nos ayudan a descubrir un sentido al significado que nos quema en el corazón. Por este motivo cada persona, cada movimiento o cada congregación religiosa tiene un carisma o una espiritualidad en particular (identificable por puntos de referencia  como acciones, gestos, símbolos, prioridades específicas), que define la manera como intentan encontrarse con Dios.

Aunque una forma específica puede ayudar a diferentes personas a sentir una experiencia “espiritual” similar (en el sentido de una experiencia “emocional” o “motivadora”) eso no significa necesariamente que se inspiren los mismos frutos (manera de vivir). En este sentido, la forma de espiritualidad puede ser neutral (aunque algunas formas pueden más fácilmente llevar a conseguir los frutos deseados). Por lo tanto, para poder completar la definición de espiritualidad, es necesario identificar cuál es su contenido. El contenido es el mensaje o la manera de vivir según lo que nosotros interpretamos que dice el Espíritu Santo, por lo que depende de cómo interpretamos el Evangelio. Son los criterios que adoptamos para evaluar si vivimos o no de acuerdo con la verdad del Espíritu de Jesús. Aunque hay muchas espiritualidades que se complementan para despertar al Espíritu Santo que reside en nosotros, a menudo hay espiritualidades que entran en contradicción. Algunas pueden potenciar una mayor implicación con el mundo y las otras pueden potenciar el escapar del mundo; algunas pueden promover la comunidad, mientras que otras el individualismo; algunas pueden promover un espíritu humilde de diálogo con los que son diferentes, mientras que otras promueven el absolutismo de su propia verdad; algunas consideran a Dios como un amigo compasivo y otras como un juez severo y moralista. Cada uno de nosotros debe discernir entre si es el Espíritu Santo el que nuestra espiritualidad está despertando en nosotros o si es algún otro espíritu.

Entonces, ¿Cuál es la forma (los puntos de referencia, contextos y medios)  que utiliza la JECI para encontrarse con Dios? ¿Y cuál es el contenido (criterios para vivir de acuerdo con el Espíritu) que el movimiento promueve? Pasamos ahora a tratar de identificar la espiritualidad de la JECI?

3.  Las raíces de la espiritualidad de la JECI: Tres Verdades

Las raíces de la espiritualidad de la JECI se encuentran en las “Tres Verdades de la vida de todos los Cristianos”, articuladas alrededor de 1920 por Joseph Cardijn (último Cardenal), fundador de las Juventudes Obreras Cristianas (JOC). Cardijn identificó tres verdades –de Vida, de Fe y de Método- como dimensiones fundamentales para reconocer si los cristianos son serios a la hora de comunicar las buenas nuevas a cualquier sector de la población. En el diagrama presentado a continuación mostramos las interrelaciones entre ellas.

La verdad de vida (de realidad o de experiencia) nos revela que la experiencia de vida para la mayoría de las personas, a pesar de que pueda aportar muchas alegrías, es una realidad llena de lucha, sufrimiento, opresión, injusticia, conflicto, avaricia, exclusión y egoísmo.

La verdad de fe, por otro lado, nos garantiza que todos somos creados en la imagen de Dios. Por lo tanto, en tanto que hijos de Dios, creemos que todo el mundo está llamado a ser co-creador de la construcción del mundo que Dios pretendía: un mundo de amor, alegría, libertad, justicia, paz, intercambio, solidaridad y servicio –el Reino de Dios. Es un mundo al que todos, en lo más profundo de nosotros, desearíamos llegar. Por este motivo, la verdad de vida se experimenta a menudo como una total contradicción con la verdad de fe.

La verdad del método (o de movimiento o acción), por lo tanto, subraya la necesidad de encontrar un método y la necesidad de construir un movimiento que nos libere de esta contradicción –cambiar la experiencia de vida para que pase de ser una experiencia de sufrimiento e injusticias a una experiencia de amor y justicia; es decir, unir la fe y la vida. Siguiendo la tradición de los profetas, Jesús empezó este movimiento, la Iglesia (de la cual la JECI forma parte), y es necesario recordar continuamente la función que tiene de “denunciar” el mal y “anunciar” la Buena Nueva. Y cada cristiano es llamado personalmente a ser un agente activo para conseguir que este movimiento alcance con éxito su misión.

A partir de estos supuestos sobre el significado (contenido) del Evangelio, Cardijn desarrolló el método del Ver-Juzgar-Actuar como su respuesta para buscar un método efectivo (forma) de evangelización –de traer la Buena Nueva al mundo reduciendo las contradicciones entre la vida y la fe. Este proceso, insistió él, debe siempre empezar desde la vida –para ver una experiencia o un tema concreto, siempre un hecho real, y analizarlo para entender su contexto y sus causas. El segundo paso es juzgar el problema o el tema confrontándolo con la experiencia de fe, buscando los sentimientos que Dios tendría. Finalmente, el tercer paso es el de realizar un plan concreto para actuar, teniendo en cuenta las reflexiones de los pasos anteriores, con el objetivo de solucionar el tema.

Este proceso, que se centra continuamente en la realidad, el evangelio y la acción, es, en pocas palabras, lo que constituye la espiritualidad de la JECI, a la que llamamos “Revisión de Vida”. Si tomamos seriamente estos tres pasos en un proceso continuo de reflexión y acción, estamos convencidos que nos será más fácil poder encontrarnos con Dios, descubrir la Verdad, y convertirnos de este modo en instrumento de Dios para que su Reino llegue a nosotros. O, en otras palabras, se encontrará el Espíritu Santo si se tiene una profunda comprensión de la experiencia de vida real, a través de una exigente reflexión sobre el Evangelio y a través de una acción reflexiva cuyo objetivo sea transformar la realidad.

En este libreto veremos cada una de estas verdades por separado con el objetivo de identificar las formas y contenidos específicos de la espiritualidad que nos revelan. Durante el proceso identificaremos criterios para evaluar si realmente estamos viviendo una espiritualidad integral de acción y reflexión.

4.  Verdad de Vida

4.1    Una espiritualidad de Integración de la Totalidad de la Vida

 

 La Vida como punto de partida

Empezamos con la Verdad de Vida porque “ver” –realmente ver– experiencias de vida concretas es el punto de partida (la primera forma) de nuestra espiritualidad; es por este motivo que le llamamos “Revisión de Vida”. Creemos que el Espíritu de Dios, el Espíritu de Vida, es desvelado cuando reflexionamos profundamente sobre nuestra propia experiencia de vida desde la óptica de la fe, la confianza y la franqueza. Esta principal atención en nuestra experiencia de vida es lo que nos distingue de la mayoría de otras organizaciones de jóvenes cristianos. Desde el principio hemos querido que el Espíritu de Jesús (el Espíritu Santo) sople y respire a través nuestro para cambiar el mundo a nuestro alrededor –para hacerlo un lugar en el que prevalezcan la alegría, la felicidad, la justicia y la paz (el Reino de Dio).

Las diferentes realidades que afrontamos

Generalmente estamos de acuerdo en que necesitamos empezar con los pies en la tierra, sabiendo lo que está pasando a nuestro alrededor y haciendo un análisis de nuestra realidad. Sin embargo, no siempre estamos de acuerdo sobre en qué realidad debemos centrarnos.

Muchos de nuestros grupos se centran en los temas propios de los jóvenes, como drogas, alcohol y relaciones; en temas relacionados con aspectos educativos o de la vida estudiantil, como la representación de los estudiantes, el estrés académico, las dificultades económicas; en temas sociales como los niños pobres y huérfanos, la soledad de los enfermos, etc. Estos son temas habituales de nuestros movimientos, y hay pocos desacuerdos en lo que a ellos se refiere, porque todos están de acuerdo en que hay que empezar desde la realidad en la que se encuentran los estudiantes.

También encontramos algunos grupos que se comprometen en un análisis político de las situaciones locales, nacionales o internacionales, o otros grupos que ce centran en análisis culturales, especialmente con el objetivo de promover el diálogo intercultural. No todos los grupos llevan a cabo este tipo de  análisis,  incluso  algunos  de  ellos  consideran  que  no  se  debería hacer porque “no somos un movimiento político”. En algunos casos la política se relaciona con la corrupción o con conflictos ideológicos entre partidos, los cuales son aspectos que parecen irreconciliables con la fe o la espiritualidad. Además, en algunos países, todo debate político es visto como una acción subversiva, por lo que algunos grupos, por miedo, evitan estos temas.

 

Por otro lado, hay grupos que reflexionan sobre la fe e intentan analizar y entender el origen de lo que les motiva o desmotiva. Sin embargo, no muchos grupos lo hacen, e incluso algunos se resisten a ello porque lo consideran demasiado egocéntrico e individualista. Estos grupos consideran que el movimiento debería centrarse en comprometerse con, y cambiar, el mundo.

Todas estas cuestionas nos llevan a plantearnos lo siguiente: ¿Cuál es la realidad que queremos cambiar y, por lo tanto, qué es lo que necesitamos analizar y sobre qué debemos actuar desde nuestro movimiento?

Un Análisis Integral

Nuestro movimiento siempre ha entendido nuestra misión en términos de transformación de la realidad, del todo de la vida, que es indivisible. Por lo tanto, debemos centrarnos en todo lo que afecta (de manera positiva o negativa) nuestras propias vidas y las vidas de las personas con las que vivimos o trabajamos. Para hacerlo necesitamos categorías, y existen muchas maneras diferentes de categorizar nuestras vidas. Sin embargo, nos gustaría sugerir una manera de organizar las muchas dimensiones de la vida.

La vida de una persona puede considerarse como una “cebolla” con muchas capas con las que tiene algún tipo de relación [Ver el diagrama a continuación]. Estas relaciones pasan de ser muy íntimas a ser menos personales a ser muy distantes. A pesar de ello, todas estas capas (relaciones) están interconectadas, por lo que la libertad y armonía o la falta de ellas en cada una de las capas afecta todas las otras directa o indirectamente.

Observemos ahora la naturaleza de las relaciones que tenemos en cada capa y como cada una se interrelaciona con las otras:

1.    Relación Conmigo mismo

La primera capa es el Yo mismo y es la capa con la que tengo la relación más íntima. Existen muchas cosas que yo sé sobre mi mismo que nadie más  sabe.

Y tengo muchos puntos fuertes, pero también muchos puntos débiles  y heridas que la vida o las personas me han hecho. Quizá me gusta como soy, o quizá odio como soy, o quizá estoy entre las dos. Quizá me cuido bien, pero quizá me descuido. Lo que en todo caso es seguro es que la manera cómo me siento y me relaciono conmigo mismo determina, en gran medida, mi capacidad para responder a las necesidades de los demás incondicionalmente. Si no me gusto a mi mismo, o bien ignoraré las necesidades de los demás, porque me siento miserable, o bien responderé a los demás para que ellos me aprecien como yo no sé apreciarme, esperando que respondan a mis propias necesidades. En estos casos, a menudo tengo miedo de enfrentarme conmigo mismo y admitir quién o qué soy, lo que provoca que esté alejado de mi mismo. Entonces termino actuando por impulsos (ganas) que desconozco o sobre las cuales he perdido el control. Si me gusto a mi mismo, puedo ser más libre y estar contento respondiendo incondicionalmente a las necesidades de los demás (Lucas 10:27). Para mucha gente, la lucha más dura en su vida es la de encontrar cómo quererse a si mismo –cómo sentirse  bien consigo mismo. Por este motivo, es primordial centrarnos en esta capa, dando tiempo y un espacio para conocernos realmente a nosotros mismos, para identificar y reconocer nuestros sentimientos, y para intentar aceptar quién somos.

2.    Relaciones Íntimas

La segunda capa es la que está formada por la gente con la que comparto mi vida diaria y mis sentimientos –mi familia, mi amante, mis amigos íntimos –es decir, mis relaciones íntimas. Pueden aportarme las más grandes alegrías, si existe amor mutuo y aceptación, o llevarnos a un profundo sentimiento de desesperación si sentimos rechazo, o si no existe reciprocidad o confianza. La mayoría de personas utilizan la mayor parte de su energía en buscar, desarrollar y mantener este tipo de relaciones, dentro de las cuales también incluimos las preocupaciones o turbaciones sexuales. Por este motivo es a menudo la parte más vulnerable de las personas y la más difícil de hacer frente, especialmente cuando para muchas culturas se considera un tabú hablar abiertamente de temas sexuales. Asimismo, mi familia es la que más ampliamente determina mis valores culturales y mi comportamiento, lo que a la vez tiene una influencia sobre las actitudes y los prejuicios con los que crezco. Estos afectan mi capacidad de estar abierto a, y relacionarme con, gente de otras culturas. Considerando que esta área de relaciones interpersonales es la que más nos preocupa (nos inquieta) y a la que más tiempo dedicamos, ningún análisis será completo si no se la tiene en cuenta.

3.    Relación con la Iglesia

La tercera capa está formada por la gente con la que comparto mi fe, la principal fuerza que guía mi vida (incluso si la concepción de la fe tiene múltiples variaciones). Nosotros nos reunimos en la institución llamada Iglesia, la cual está llena de amor, en la que la mayoría de nosotros  hemos encontrado y seguimos encontrando vida y sentido a ésta. Pero la Iglesia también está llena de contradicciones, por lo que muchos estudiantes que han desarrollado una conciencia crítica tienen problemas para sentirse bien en ella. Podemos creer que Jesucristo nos ofrece plenitud de vida, pero las prácticas y las enseñanzas de la Iglesia a veces parecen como un obstáculo a esta realización y surge una relación de amor-odio. Cuando esto ocurre, muchos estudiantes deciden abandonar la Iglesia y otros deciden ignorarla. Sin embargo, en nuestro movimiento elegimos comprometernos con ella  porque de alguna manera ha hecho que nazca en nosotros, y alimenta, nuestra fe y cultura (aunque sea indirectamente). Sigue teniendo un fuerte impacto en la vida de millones de personas en todo el mundo y nosotros (que somos la Iglesia) deseamos que todos ellos descubran la plenitud que Jesús puede aportar a sus vidas. Por lo tanto, una reflexión continua sobre la Iglesia es indispensable.

4.    Relación con la Comunidad Laica (Escuela, Trabajo, Barrio, Pueblo)

 La siguiente capa está formada por aquellas personas con las que comparto mis actividades diarias. Aunque es probable que tenga amigos entre ellos, mi relación con la mayoría de esta gente, en estas comunidades más amplias, es muchos más (si no totalmente) impersonal. Sin embargo, lo que pase en este nivel o lo que se decida me afecta personalmente, ya sean las normas de la organización, la cultura de la comunidad, la honestidad de la gente o la virtud de los líderes. No puedo elegir no formar parte de este mundo y, en consecuencia, si quiero una vida de justicia y paz tanto para mi como para las otras personas de la comunidad, debo centrarme, analizar y comprometerme con ella.

5.    Relación con mi Ciudad o País

 La siguiente capa está formada por aquellas personas que quizá nunca he visto o que ni siquiera conozco pero con las que estoy relacionado (en mi ciudad o país) porque compartimos la misma tierra, el mismo gobierno y se nos aplican las mismas leyes. Ya sea una ley que te obliga a conducir por la derecha, una decisión para incrementar los impuestos, un rechazo a una solicitud de la comunidad para la construcción de una nueva escuela o la prohibición de una práctica religiosa, todos sufrimos las consecuencias, incluso si nos afectan de manera diferente. Gran parte del sufrimiento que existe en el mundo es el resultado de esto que llamamos “nivel político”. En realidad, cuando hablamos de “políticas” nos estamos refiriendo a la “manera de organizar el poder”, el cual se puede aplicar en todas las capas de la “cebolla”. Por consiguiente, podemos tener una manera justa o discriminatoria de organizar el poder (justicia o injusticia política) incluso en una relación personal, en la familia, en la Iglesia, en la escuela, en el lugar de trabajo, o donde sea. Sin embargo, cuando la gente habla de “política”, normalmente se refiere a las instancias de gobierno de las ciudades o países.

La mayoría de nosotros nos sentimos muy pequeños cuando se habla del nivel político y fácilmente preferimos dejarlo en manos de “los que  están interesados en la política”, especialmente si el hecho de implicarse puede comportarnos algún peligro. De todas maneras, aunque no haga nada, sigo teniendo un efecto en este nivel, ya que estoy reforzando el status quo. Por este motivo, si me preocupa y quiero aliviar el sufrimiento en el mundo y construir la paz, tengo que comprometerme en este nivel, aunque esto no significa necesariamente implicarme directamente con un partido político. Hay muchas organizaciones (incluyendo la Iglesia) en la sociedad civil que están comprometidas en este nivel desde una perspectiva política.

6.    Relación con el Mundo o el Universo

La siguiente capa está formada por aquellas personas de las que puede que nunca sepa nada, que viven muy lejos de mí, como por ejemplo en el otro lado del mundo. Sin embargo, hay decisiones que aunque se tomen en algún país lejano, pueden afectar mi vida diaria. La decisión que tomen una o dos personas en una gran empresa en Nueva York puede provocar que el valor del dinero en un país lejano baje mucho en un segundo, lo que empobrecerá toda la población. O la contaminación que la gente deja producir en todos los lugares del mundo afecta la balanza ecológica, provocando cambios climáticos y afectando la producción agrícola de manera indiscriminada en todo el mundo. Igualmente, con las nuevas tecnologías, la comunicación instantánea con todo el mundo es posible, lo que ha hecho que cada cultura quede diluida en otras culturas a través de la difusión por Internet y otros medios de comunicación. El mundo es actualmente un pequeño pueblo. Por lo tanto, si me preocupa mi futuro, el futuro de las personas que quiero, y el de todo el mundo, no tengo ninguna otra alternativa que desarrollar  una conciencia global y comprometerme en este nivel. Incluso debo concienciarme de cómo nuestro grande y misterioso universo (en el que nuestro mundo es tan sólo un pequeño punto) está desarrollándose de maneras que se escapan de nuestro control y que pueden afectarnos de alguna manera en el nivel ecológico.

7.    Relación con Dios

La realidad final a la que tenemos que hacer frente en nuestras vidas (la cual no puede limitarse a ser sólo una capa) es la relación con Dios. Tenga o no sentido para nosotros, creamos o no en Dios, todos, en algún momento de nuestra vida, hemos buscado un sentido a la vida y a la “dimensión espiritual”, la cual no es visible ni tangible. Como no es científicamente tangible (y por lo tanto imposible de situarla en ninguna capa en particular), mucha gente en el mundo la excluye de su campo de reflexión. Sin embargo, en nuestro movimiento, es un área vital a la que prestamos atención, ya que es una preocupación que nos afecta mucho, a nosotros y a mucha gente, ¡No podemos excluirla!

Podemos decir que, para nosotros, Dios, que lo creó todo en armonía, está en el corazón de todas las cosas. Dios está en mí, y está en el corazón de cada una de estas capas, mirándolas desde la perspectiva de los pobres, los marginados, los que sufren, buscando la presencia del Espíritu Santo en todos los niveles, e intentando mostrar la interconexión de cada nivel. Por ejemplo, sólo puedo tratar un problema de violencia doméstica en mi comunidad  (capa

2) si puedo ver su relación con el desempleo (capa 5 y 6) y la consiguiente pérdida de autoestima de los hombres (capa 1) que provoca las reacciones agresivas; o si puedo ver la relación que tiene con los valores patriarcales en los que la gente (hombres y mujeres) están formados (capa 2, 3 y 4) en la mayoría de sociedades actuales. Me estoy relacionando íntimamente con Dios cuando siento la angustia y la alegría de Dios en cada capa de mi existencia, desde la que es más personal hasta la que es más global.

No puedo amar a Dios per se. Amo a Dios aceptando el amor de Dios por mí, lo que significa creer que puedo ser aceptado y amado (capa 1). Eso hace que sienta confianza y compasión, lo que me permitirá establecer lazos de empatía con los demás y amarles menos condicionalmente (1 Juan 4:10-12). De esta manera, me estoy relacionando con Dios en un nivel íntimo cuando permito que el Espíritu de Dios me utilice para aportar vida, libertad y felicidad (Lucas 4:18) a todas las capas de la humanidad que se nos han dado. Por este motivo, una dimensión central de la espiritualidad de la JECI es nuestra conciencia de Dios, la cual nos empuja a mirar a todos los aspectos (capas) de la realidad (de toda la vida) y buscar la integración y armonía entre ellas. Pero para conseguir esta integración, cada uno de nosotros tiene que centrarse regularmente en sus experiencias personales y en su comprensión de Dios para ver cómo se relacionan con todas las otras capas de la vida.

4.2         Una espiritualidad de “Ver de manera Concreta, Crítica y Profunda”

 

Una vez identificadas las realidades en las que descubrimos a Dios (la primera forma de la parte de “Vida” de nuestra espiritualidad), ahora tenemos que centrarnos en cómo podemos encontrar a Dios en ellas (la cualidad necesaria o la segunda forma de esta búsqueda). ¿Cuáles son los enfoques centrales de nuestra espiritualidad?

En primer lugar, nuestra espiritualidad es una espiritualidad de ver concretamente. Siempre necesitamos empezar con una experiencia concreta con la que yo o alguien que conozco se ha encontrado, y sobre la cual puedo hablar y explicar lo que ha ocurrido realmente. Esto es esencial si queremos realmente estar abiertos a lo que Dios revela en esta realidad. No debemos empezar haciendo observaciones generales o afirmaciones sobre una realidad, ya que esto significaría que ya hemos interpretado o emitido algún juicio sobre la realidad sin antes haber identificado los hechos. Teniendo en cuenta que todos afrontamos las situaciones con supuestos y prejuicios previos, una interpretación automática puede fácilmente alejarse de la verdad real. Cada historia tiene su especificidad y sólo después de conocer todos los hechos es posible empezar a ver las conexiones verdaderas con otras realidades pasadas o presentes y realizar, entonces, juicios plausibles. Jesús lo demuestra bien cuando rechaza juzgar o condenar rápidamente a la mujer sorprendida en adulterio antes de sospesar todos los hechos (Juan 8:3-11).

En segundo lugar, nuestra espiritualidad es una espiritualidad de ver críticamente. Esto significa que no deberíamos aceptar nunca o interpretar cosas simplemente haciendo una valoración a primera vista. Siempre deberíamos mirar lo que hay detrás de lo que se ha dicho, hecho o  informado –ya sean amigos o enemigos los autores- antes de emitir un juicio. Debemos preguntarnos “¿por qué?”, con el objetivo de descubrir las causas o los aspectos subyacentes. Sin eso, no arriesgamos a dedicar mucha energía a una acción basándonos en falsos análisis, medio verdades e incluso mentiras, lo que resultará un obstáculo al progreso de la humanidad. Jesús demostró comprender bien las verdaderas causas cuando se atrevió a violar las leyes del Sábado (Marcos 2:23-28), o cuando echó fuera del templo a todos los comerciantes (Mateo 21:12-13). Aún así, ¡en el mundo de hoy es muy difícil ser crítico, donde mucha gente se agarra a “absolutos” que no quieren cuestionarse! ¡Para mucha de esta gente, ser “crítico” significa ser negativo o pesimista, y que por lo tanto hay que evitar serlo! Sin embargo, en nuestro movimiento, ser crítico es un valor muy positivo, tenemos que tener  cuidado de que el tener un enfoque crítico no es, en realidad, ser negativo  ni pesimista, sino positivo y constructivo. Sólo de esta manera nuestro espíritu crítico no será destructivo, sino que contribuirá a construir el mundo.

 En tercer lugar (y muy ligado con el punto anterior), nuestra espiritualidad es una espiritualidad de ver profundamente – encontrar a Dios en el fondo de toda la Creación. Cuanto más profundo lleguemos a ver, más cerca estaremos de Dios. Para entender nuestra experiencias diarias concretas, normalmente empezamos analizando el contexto social inmediato en el que  nos encontramos (nuestra familia, escuela, parroquia, barrio). Sin embargo, para que podamos ver la raíz de todo lo que descubrimos y, por lo tanto, para  ver la Creación en su totalidad, necesitamos entender su evolución histórica (cómo ocurrió) y comprometernos con un análisis social, político y económico más amplio, para entender las fuerzas que guían y determinan el poder y la riqueza del mundo.

¡Pero esto tampoco es suficiente! También necesitamos desarrollar un análisis cultural, ecológico y psicológico para entender las poderosas fuerzas que motivan a las personas y que crean los valores con los que actuamos. Por este motivo Jesús ayudó a sus apóstoles a entender las presiones sociales que motivaron a Santiago y Juan a pedir un trato privilegiado (Marcos 10:35-45). Si somos conscientes de nuestros supuestos culturales (los comportamientos y valores que damos por sentados) y nuestras propias heridas (que a menudo nos hacen sentir excesivamente necesitados o nos hacer actuar de manera inadecuada), entonces podremos estar en una mejor posición para abrirnos a las verdades de los otros y para responder incondicionalmente al sufrimiento por el que pasan miles de millones de personas en el mundo. Por lo tanto, un análisis más holístico, que penetre en cada una de las capas de la “cebolla”, permitirá que el Espíritu de Dios se revele más completamente en cada uno de nosotros, y nos permitirá ser verdaderos donadores de vida.

Por todas estas razones consideramos que descubriremos a Dios más profundamente si enfocamos nuestra realidad teniendo en cuenta una más amplia concreción, una actitud crítica constructiva y un análisis profundo, histórico y holístico.

5.  Verdad de Fe

5.1       Una espiritualidad de Juzgar la Realidad y nuestros propios Valores con la mirada de Jesucristo

Habiendo identificado y comprendido la realidad basándonos en la vida real, la segunda forma principal de la espiritualidad de la JECI es hacer un paso atrás y mirar el tema desde los ojos de la fe, que para nosotros son los ojos de Jesucristo. Primero queremos identificar cómo Jesús puede estar presente (encarnado) en aquella situación, y juzgar cómo aquella situación corresponde a Su manera. En segundo lugar, queremos identificar cómo aquella situación y la respuesta de Jesús representan un desafío para nuestros valores y prioridades.

Así, este momento de juzgar es un momento de profunda conversión en el proceso de Revisión de Vida. ¡Pero desafortunadamente muchos de nuestros grupos consideran muy difícil el “juzgar”! Normalmente queda muy claro lo que debe hacerse para “ver” y “actuar”. Podemos describir una situación o un problema, analizarlo, y decidir cómo darle una respuesta o cambiarlo. También podemos describir una acción, evaluar su efectividad y planear otra acción para mejorar la situación. Sin embargo, cuando hemos terminado de “ver” el problema o la acción, y llegamos al momento en el que se supone que tenemos que “juzgar”, a veces leemos un texto de la Biblia y lo discutimos brevemente o otras veces, más a menudo, simplemente tocamos un poco el tema y después nos centramos directamente en la acción. El “juzgar” es a menudo considerado como un elemento a descartar en el proceso –algo que estaría bien hacer si tuviésemos tiempo (cosa que nunca tenemos, ¡claro!). Es un desafío para nosotros volver a pensar para que existe este momento (juzgar) en nuestras vidas o en nuestras reuniones. ¿Cómo puede el momento de “juzgar” permitirnos encontrar a Dios más profundamente?

La dificultad de definir criterios

El primer punto que tenemos que tener en cuenta es que cada decisión para actuar conlleva un juicio, consciente o inconsciente, emitido de antemano – sobre lo que es necesario hacer para mejorar la situación. El “Juzgar” es un momento esencial para garantizar que nuestras decisiones no estén basadas en suposiciones inconscientes que ya teníamos, sino en una reflexión y evaluación profunda y crítica de la realidad, de un tema o de un problema conel que nos hemos encontrado. Y para realizar cualquier evaluación, siempre necesitamos criterios.

En tanto que movimiento cristiano, nuestro principal criterio es la persona de Jesús (su vida, sus palabras, sus acciones y su espíritu), cuyo conocimiento nos ha sido transmitido por la Tradición, proviniendo de los apóstoles, a través de las Escrituras. Por este motivo normalmente utilizamos la lente de las Escrituras (el Evangelio) para “juzgar”. Pero sólo mirar lo que dicen las Escrituras no es suficiente, por las razones siguientes:
  • Existen muchas interpretaciones diferentes del mismo texto –incluso entre teólogos especializados. Esto se debe a que cada persona y cada grupo siempre interpreta un texto sin olvidar sus presuposiciones inconscientes (experiencias de vida, actitudes y prejuicios), a partir  de su propia ideología (sistema de ideas) y de su propia teología (sistema de ideas sobre la naturaleza de Dios), las cuales no son neutras. Por este motivo, los enemigos muchas veces utilizan la misma Biblia para justificar sus acciones contra los demás.
  • La Biblia no tiene nada directo a decir sobre todas las situaciones y contextos con los que nos encontramos, ya que el mundo ha cambiado mucho y hoy en día surgen nuevas situaciones que la gente que vivía en la época de Jesús ni siquiera se había planteado.
  • Podemos sentirnos tentados a buscar textos bíblicos que utilicen las mismas palabras que nosotros con el objetivo de justificar cualquier juicio o acción que ya hayamos considerado adecuada –por lo que el texto no añadirá nada nuevo a nuestro “juicio”. También podemos sentirnos tentados a aplicar directamente a nuestra situación un texto, sin tener en cuenta que su significado está enmarcado en un contexto y en una época quizá muy diferente a la nuestra. Estas dos aplicaciones estarían utilizando la Biblia como si fuese un libro de cocina –un documento estático-, como si hubiese sido escrito sólo para mí hoy. Para nosotros, en la JECI, este enfoque fundamentalista reduce la riqueza de la Biblia como documento histórico vivo que retoma las experiencias y los dilemas con Dios que vivieron durante años nuestros antepasados en la fe. Es por lo tanto la fuente de nuestra fe, aunque es necesario identificar responsablemente su luz y releerla teniendo en cuenta nuestra época y nuestro contexto.

Teniendo en cuenta esta realidad, la Iglesia, a través de los años, a través de las enseñanzas de sus pastores y de los trabajos de los eruditos de la fe (teólogos), ha buscado continuamente volver a identificar al Espíritu de Jesús (el Espíritu Santo) en las situaciones principales a las que la gente se enfrenta. El resultado ha sido una rica reserva de textos autorizados de los Consejos Eclesiásticos, papas y obispos (nuestra “Tradición” o Enseñanzas de la Iglesia) que nos muestran cómo la Iglesia avanza constantemente en su  apreciación de la verdad del Evangelio, y por lo tanto siempre está cambiando y renovándose. Por consiguiente, nosotros también necesitamos referirnos a, y utilizar, esta Tradición que va evolucionando como unos lentes esenciales (criterio) para juzgar las situaciones.

A veces, estas autoridades eclesiásticas pueden emitir afirmaciones definitivas sobre cuestiones controvertidas para ofrecer una guía y evitar el caos. Eso nos obliga a asumir estas enseñanzas muy seriamente y de manera positiva, e intentar relacionar los criterios que ellos han identificado con nuestras propias experiencias de vida. Sin embargo, reconocemos que siempre surgen debates a partir de nuevas experiencias, debidas al contexto múltiple, diverso y dinámico en el que vivimos, que nos hacen cuestionar las formulaciones existentes de la verdad y nos hacen buscar nuevas reflexiones teológicas. Esto es complicado porque, de hecho, casi desde el principio, han existido, durante momentos históricos y condiciones diferentes, interpretaciones o imágenes diversas sobre la naturaleza y la función de la Iglesia. Algunas de estas imágenes diversas todavía son evidentes y existen con las de hoy, cada una con una teología y espiritualidad característica que  frecuentemente puede estar en contradicción con las de otras imágenes.

Por ejemplo, en lo que se refiere a las relaciones internas de la Iglesia, en algunas sociedades la Iglesia se acepta como una alta estructura jerárquica, dirigida casi exclusivamente por el clero, en la que los laicos tienen poco papel, o ninguno, en la toma de decisiones. En cambio, hay otras sociedades en las que ser Iglesia implica una mayor atención en la construcción de comunidades y formas de clerecía y liderazgo donde los laicos puedan participar completa y libremente compartiendo su fe e incluso participando en los procesos de toma de decisión. En estos contextos, el papel de las autoridades de la Iglesia (jerarquía) es básicamente el de unificar e inspirar: ser la levadura de la comunidad y facilitar la toma de decisiones.

Asimismo, en lo referente a las relaciones de la Iglesia con interpretaciones externas de la “Verdad”, en algunas sociedades, especialmente en aquellas que son culturalmente homogéneas, o donde la Iglesia se siente atacada, la otredad o las diferencias se consideran como una amenaza a la unidad de la sociedad o a la supervivencia de la Iglesia. Entonces, la “Tradición” es amenudo vista como algo incambiable y las presiones seculares se consideran como el enemigo de la bondad. En estos contextos, es fácil para la Iglesia ver su rol como un guardián estricto de ortodoxia y disciplina, buscando una autoridad centralizadora para mantener uniformidad y orden.

Por otro lado, en otras sociedades, especialmente aquellas en las que la diversidad, el pluralismo y la secularización se han convertido en realidades aceptadas, las autoridades eclesiásticas a menudo ratifican el pluralismo y la diferencia y promueven la inculturación y la creatividad con el objetivo de abarcar este desarrollo. También se promueve entonces sin miedo el diálogo abierto con otras iglesias y religiones, y en lugar de dar respuestas finales a las cuestiones morales difíciles, las autoridades eclesiásticas ayudan a la gente a desarrollar una conciencia informada para afrontarlas.

Así, en medio de estos diversos y cambiantes contextos humanos e interpretaciones de la Iglesia, cuando surgen nuevas experiencias que cuestionan las formulaciones de la verdad, la responsabilidad de los cristianos es compartirlas con las autoridades eclesiásticas para ayudarlas a desarrollar nuevas formulaciones que tengan en cuenta estas nuevas realidades. Esto ayuda a profundizar en, y a enriquecer, los criterios de la Tradición que utilizamos para emitir nuestros juicios. 

La imposibilidad de emitir juicios absolutamente  “verdaderos”

Estos contextos humanos e interpretaciones diversas y cambiantes de  la Iglesia revelan la dificultad que siempre tendremos para identificar criterios absolutos para emitir juicios de las Escrituras y de la Tradición, ya que los intérpretes de los textos siempre estarán influenciados por su experiencia sujetiva. Por lo tanto, nunca podemos estar absolutamente seguros de que nuestros juicios son ciertos, ya que no existen juicios que sean ideológicamente neutrales.

Desafortunadamente, en el cambiante mundo actual, en el que hay mucha inseguridad, miedo y relativismo (en el que la propia experiencia personal se convierte en el único criterio de juicio) cada vez más personas buscan normas y principios claros y absolutos a los que agarrarse y, por lo tanto, no  aceptan la “incertidumbre”. Por este motivo los fieles tienen la gran  tentación de buscar, y los líderes de ofrecer, interpretaciones a los textos afirmando verdades absolutas (certeza fundamentalista), incluso cuando la mayoría de estas afirmaciones absolutas son ilusorias. Estos absolutos pueden producir un efecto  reconfortante  a  corto  plazo,  pero  con  el  tiempo  producen efectos opresivos sobre los miembros del grupo o conllevan efectos agresivos por parte de la gente fuera del grupo. Tal y como advirtió el Papa Benedicto XVI en la Vigilia del Día Mundial de la Juventud de 2005 en Colonia, “Absolutizar lo que no es absoluto, sino relativo, recibe el nombre de totalitarismo”. De este modo, aunque puedo tener una convicción sobre la verdad, nunca puedo afirmar que tengo La Verdad.

Sin embargo, esta dificultad en establecer si estamos en el camino de la “verdad” o no, no debería ser motivo de desespero. Una vez identificada esta dificultad, la posibilidad de que yo esté más abierto a los demás, y a sus opiniones (incluso las de mis enemigos), y a la Verdad Absoluta (Dios), es inmediatamente mayor y ofrece la esperanza de que exista más diálogo y quizá incluso más unidad entre nosotros.

Criterios de la JECI

A pesar de esta “incertidumbre”, cada persona y todos los grupos tienen que identificar criterios para evaluar sus vidas y acciones. Por lo tanto, los estudiantes y los asesores de la JECI siempre han buscado puntos de unidad en su fe –una teología (un sistema de ideas sobre la naturaleza de Dios y sus implicaciones en sus vidas) que es fiel a la experiencia de los estudiantes, al Evangelio, y a la diversidad aceptada que ofrece la Tradición de la Iglesia.

En nuestros encuentros internacionales durante décadas hemos reafirmado repetidas veces el contenido de nuestra espiritualidad: nuestra creencia de que Jesús nos reveló un Dios que está presente en el mundo (Marcos 1:15; Lucas 17:21; Mateo 12:28; 25:31-46), donde todas las personas, especialmente las pobres y marginadas, son liberadas (salvadas) de cualquier forma de opresión (Lucas 4:18; 6:20-25) y dependencia (Juan 5:1-9), y donde cada uno tiene la misma dignidad (Mateo 23:1-12); un mundo de amor y justicia, con un espíritu abierto a compartir (Mateo 19:16-22) y al servicio (Marcos 10:41-45), que permite que exista unidad, solidaridad y armonía para todos. Esta fe nos motiva a promover este nuevo mundo (a evangelizar) a través de:

  • Construir comunidades pequeñas, íntimas, con un espíritu de apertura (de estudiantes, en nuestro caso). Éstas son la Iglesia entre los estudiantes, y son símbolos para este nuevo mundo, ya que ofrecen apoyo en la búsqueda de una identidad clara en este mundo en el que todo cambia a gran velocidad y en el que todo se relativiza. Lo hacemos dando a cada uno (incluyendo los jóvenes) un espacio para asumir responsabilidades y participar plenamente (sin tener en cuéntale estatus jerárquico) en las reflexiones comunes, las acciones transformadoras y las celebraciones (Mateo 23:8-12; Marcos 10:13-15);
  • Comprometerse (desde el punto de vista de los pobres y marginados) con los que tienen poder para promover o prevenir el nuevo mundo que está surgiendo (Mateo 21:23-46; Marcos 12:15-18; Lucas 19:1-10);
  • Promover un espíritu de franqueza, amplia solidaridad global, ecumenismo y diálogo, lo que representa un desafío para todos el ir más allá de las lealtades limitadas y exclusivas (mi etnia, mi grupo cultural o lingüístico, mi iglesia o mi movimiento) para descubrir nuestra verdadera identidad en una búsqueda continuada de la verdad (Mateo 5:43-47; Marcos 3:31-35; Lucas 10:29-37);
  • Desarrollar una reflexión fiel y crítica sobre todas las tradiciones que heredamos, ya sean seculares (prácticas culturales, relaciones de género, etc.) como religiosas (la Biblia, los sacramentos, las estructuras y las prácticas de la Iglesia, etc.), partiendo de una conciencia informada, con el objetivo de entender la verdad y el valor que estas tradiciones han ofrecido en los contextos sociales y eclesiásticos en los que surgieron. Esto permite que estas tradiciones sean valoradas, experimentadas e inculturadas de una manera rica y renovada que se adapta al mundo de hoy (Marcos 2:23-28; Juan 4:5-9,27), de manera que el propósito de la Ley de Dios (servicio, compasión, amor y misericordia) pueda alcanzarse (Mateo 5:18; 9:13; 12:1-8).

Nuestro movimiento agrupa a personas que comparten o están abiertos  a estas visiones de la fe y se comprometen a formar a otras personas (y por lo tanto nuevos miembros) en esta fe. Reconocemos que no todo el mundo en la Iglesia comparte esta teología, aunque todos reconocemos el mismo credo (declaración de fe), el cual nos unifica. Respectamos estas diferencias, y siempre estamos abiertos a discutir con los demás los puntos de desacuerdo por el bien de la verdad. Esto es lo que nos hace católicos: reconociendo esto, dentro de nuestra diversidad, quizá aquellos que tienen visiones diferentes a las nuestras (e incluso diametralmente opuestas) pueden mostrarnos una verdad que todavía no hemos visto!!

En conclusión, podemos afirmar que la teología explicada anteriormente –que está basada en una reflexión y acción crítica para un mundo mejor: el Reino de Dios– corresponde a la verdad de nuestra reflexión sobre la fe y nuestra experiencia hasta el momento. Por consiguiente, define nuestros criterios para emitir juicios sobre la realidad y sobre nuestros valores con los ojos de Jesucristo. Constituye el contenido de nuestra espiritualidad, que he  tratado de recoger en esta oración:

Díos mío,

Gracias por los muchos regalos que me has dado aunque no haya hecho nada para merecerlos.

Dame la sabiduría de verme a mi mismo, a los demás y al mundo con tus ojos, los ojos de Jesús, tu Hijo.

En todos mis encuentros, dame la compasión para sentir lo que los demás sienten,

especialmente los pobres y los que sufren.

Dame la fuerza y el coraje del Espíritu Santo para cambiar lo que no está en tu plan

de amor, justicia, misericordia y paz.

Y dame la fe para saber que todos mis éxitos y fracasos vienen de ti, y que no me aportan ni gloria ni vergüenza.

Amen

 

5.2    Una espiritualidad de Permanente Búsqueda de la Verdad

Una vez identificada la teología sobre la que se sustenta nuestra espiritualidad (su contenido o mensaje), ahora necesitamos preguntarnos: ¿Cómo podemos promover un crecimiento continuado y fidelidad a esta manera de seguir a Jesús? ¿Qué contextos, estructuras o medios (qué formas) necesitamos ofrecer para permitir a todos nuestros miembros descubrir el mensaje y encontrar a Jesús, y acercarnos así a la realidad suprema de Dios? ¿Cómo podemos apoyarlos para que sean perseverantes, y alegres, buscando permanentemente con franqueza la Verdad? Proponemos tres áreas amplias para conseguirlo: a través de crear espacios (1) para hacer teología; (2) para afrontar nuestros supuestos y prejuicios inconscientes; y (3) para la celebración y la oración.

Crear espacios para “hacer” teología

En primer lugar, en la tradición de nuestro movimiento, la estructura básica siempre es un grupo o equipo pequeño que utiliza la metodología del ver, juzgar, actuar. Tal y como hemos mencionado anteriormente, normalmente queda claro lo que tiene que hacerse para la parte del “ver” o del “actuar”, sin embargo, ¡normalmente es más difícil saber cómo “juzgar”! Por lo tanto, se necesitan muchos más esfuerzos para ayudar a nuestros miembros a entender cómo utilizar más efectivamente el momento del “juzgar” en una reflexión de grupo. 

Algunas de las preguntas que normalmente se hacen en el momento de “juzgar” son: 

  • ¿Qué haría Jesús en esta situación? o
  • ¿Cómo han visto los líderes de la Iglesia este tema? o
  • ¿Qué tiene que ver este tema o esta pregunta con nuestra fe?

Si se da el espacio necesario, estas preguntas pueden inspirar reflexiones muy poderosas, ya que dan la oportunidad de alejarse del tema y mirarlo desde un punto de vista diferente –desde la mirada de la fe. Este proceso es el que comúnmente llamamos “hacer teología”.

“Juzgar” no es simplemente aplicar a nuestra situación lo que otros han dicho. Ni lo que dijo Jesús (¡porque el Evangelio no habla de cada una de las situaciones con las que nos podemos encontrar hoy en día!) Ni tampoco  lo que dicen las enseñanzas de la Iglesia (¡porque la teología en la Iglesia está evolucionando constantemente!). Lo que tenemos que hacer es comprometernos con el Evangelio, con las enseñanzas de la Iglesia, o con los teólogos, para entender y digerir lo que dicen sobre un tema en concreto con el objetivo de poder desarrollar nuestra propia reflexión sobre el significado de nuestra fe en nuestras propias vidas y su relación con el tema que nos concierne. Por consiguiente, cuando “juzgamos”, estamos haciendo teología. Eso es lo que contribuye al desarrollo de la teología en la totalidad de la Iglesia – ¡incluso si lo hace un simple estudiante que no tiene formación teológica formal!

Pero entonces (la pregunta puede surgir), si no estamos aplicando  el Evangelio a nuestra situación, ¿no corremos el riesgo de crear nuestro propio evangelio –incluso nuestra propia herejía? A lo que deberemos responder “¡quizás!”. Esto es siempre una posibilidad. Pero existe el mismo riesgo incluso si intentamos aplicar el Evangelio de manera estricta en nuestros asuntos.

¿Cómo? Porque, como ya hemos comentado, cuando leemos el Evangelio nuestra interpretación se basa, en gran parte, en nuestros propios supuestos, nuestras experiencias vitales y nuestras actitudes y prejuicios. ¿Si no, cómo es posible que existan tantas interpretaciones diferentes de cada texto bíblico, realizadas por muchos teólogos? Volvemos a llegar una vez más a la existencia de nuestros propios supuestos inconscientes, ¡y desempeñan un papel central en todos los juicios que emitimos! ¿Hay alguna manera de emitir un juicio “verdadero”, sin mezclar en él nuestra experiencia sujetiva? Como ya hemos comentado, podemos evitar una interpretación individualista compartiendo cualquier reflexión nueva con las autoridades eclesiásticas o con teólogos, los cuales podrán ayudarnos a situar nuestra reflexión dentro de la tradición más amplia de la Iglesia y a identificar si nuestra experiencia requiere que se desarrolle alguna nueva formulación teológica.

Sin embargo, para que se pueda emitir un juicio teológico sólido, es vital ofrecer formación detallada a todos los miembros del grupo sobre las Escrituras, las Enseñanzas de la Iglesia y la teología del movimiento. Se puede hacer a través de grupos de Estudios Bíblicos, grupos de discusión teológica, cursos o talleres de formación de un día, un fin de semana o una semana entera, etc. Sólo con esta formación podrán emitir juicios teniendo una conciencia informada. Si sus conocimientos (e interiorización) de la teología del movimiento es débil, no será posible que emitan un juicio profundo de acuerdo con sus objetivos, ya que el juicio podría basarse en criterios diferentes a los del movimiento. Entonces, es menos probable que nuestros miembros lleguen a sentir las ganas de cambiar el mundo a mejor, por lo que el impacto de nuestras acciones podría disminuir. Está claro que esta formación sólo es posible si el grupo está acompañado por un capellán o un asesor que conozca bien  este ámbito.

Crear espacios para afrontar nuestros Supuestos y Prejuicios Inconscientes

Una segunda estructura necesaria para acercarnos a la Verdad es crear un espacio en el que descubrir y conocer los supuestos inconscientes (repetidamente mencionados anteriormente) que se encuentran detrás de cada uno de los juicios que emitimos. Es muy difícil decir que podemos hacer un juicio “objetivo” de una situación, ya que todos tenemos sentimientos, prejuicios y supuestos a los que nos remitimos cuando analizamos una situación y que determinan la manera de enfocarlo. Aunque no podemos eliminar completamente el elemento de “subjetividad”, el hecho de conocer la presencia de nuestros sentimientos, prejuicios y supuestos, nos podrá  ayudar

a discernir el papel que estos desempeñan en el momento de emitir nuestro juicio. Una vez más, uno de los espacios más adecuados para hacerlo es en el contexto de un pequeño grupo en el que exista un espíritu de confianza y unidad. El ambiente para compartir propicia un momento importante para que cada uno haga frente a los prejuicios, lo que puede entonces desembocar en una conversión al respecto.

Entonces, para conseguir un juicio más profundo, deberíamos asegurarnos de que incluimos las siguientes preguntas en algún momento de la reflexión:

  • ¿Cuáles son mis sentimientos (supuestos/prejuicios) sobre este tema?
  • ¿Cuáles son las diferentes maneras en las que la otra gente valora este tema?
  • ¿Cuál de ellas es más próxima a la manera de Jesús? ¿Por qué?

Esto pone de relieve otra dimensión del momento de “juzgar/reflexionar” en nuestras reuniones y en nuestras vidas. No estamos sólo reflexionando para acercarnos a la Verdad (a Dios) a través de este proceso de reflexión y acción.

¿Qué sentido tiene intentar cambiar una mala situación o una situación problemática si lo intento hacer partiendo de actitudes y prejuicios que sólo pueden empeorarla? Desafortunadamente, en muchos casos no somos concientes de nuestros prejuicios y es por este motivo que necesitamos el pequeño grupo (en el que esperamos que haya un buen nivel de confianza) para que ellos nos ayuden cuando no podemos hacerlo solos. También deberíamos buscar espacios en los que podamos abrirnos y dialogar con otras personas que son muy diferentes a nosotros (personas de otras religiones, ideologías, teologías, etc.). Ellos pueden resultarnos especialmente importantes a la hora de ayudarnos a superar nuestros prejuicios.

 Sin embargo, si quiero hacer frente a mis propios sentimientos, prejuicios y supuestos, previamente tengo que mostrarme abierto a la conversión, lo que presupone un espíritu de humildad. Aunque esto puede resultar difícil, es sin embargo importante tener en cuenta que, si queremos que nuestros juicios sean más profundos, y que por lo tanto nuestras acciones tengan el impacto deseado, el mostrarse abierto es indispensable.

 Siempre es difícil mostrarse tan abiertos. Todos somos parcialmente ciegos y tenemos muchos miedos que pueden hacer que nos cerremos y que nos mostremos reticentes a afrontar una verdad que nos podría pedir que cambiásemos. Por este motivo tenemos que encontrar espacios en los que expresarnos libremente y alejar nuestros miedos. Estos espacios pueden encontrarse en “recesos espirituales”, donde podemos estar acompañados a través    de    silencios,    charlas    espirituales,    el    sacramento    de      la reconciliación/confesión; o en un espacio en el que no nos juzguen, para poder expresarnos; o simplemente en los encuentros regulares con un “guía espiritual”, con el que mantenemos una relación de confianza y franqueza.

Crear espacios para la celebración y la oración

 Una tercera estructura necesaria para encontrar a Dios más profundamente es un espacio donde celebrar nuestra fe y poder orar. Muchos de nosotros nos sentimos tentados a ser muy “racionales” en nuestro enfoque de la fe cuando buscamos un sentido a nuestras vidas. ¡Nos cargamos seriamente a nuestras espaldas los problemas del mundo como si fuesen sólo nuestra responsabilidad! Es entonces muy fácil perder de vista el hecho de que nuestra vida es un “regalo”, algo que hemos recibido totalmente inmerecidamente. U olvidamos que no podemos controlarlo todo. Este es el motivo por el cual necesitamos espacios donde podamos ponernos en perspectiva –donde simplemente “seamos”, sin que tengamos que  “estar para” algo; espacios en los que podamos desnudarnos y ser nuestro propio yo; espacios donde expresar nuestras esperanzas, miedos y deseos más profundos; espacios de silencio, soledad y reflexión.

 Aunque muchos de nosotros somos afortunados y tenemos relaciones o gente al nuestro alrededor con la que podemos ser nosotros mismos, normalmente siempre nos reservamos algunas cosas –incluso para aquellos a los que estamos más unidos– ya que es muy difícil para una persona expresar una aceptación absoluta y un amor incondicional por el otro. Es imposible eliminar absolutamente nuestras necesidades, miedos y prejuicios por el bien del otro (¡a pesar de que muchos “santos” lo consiguen en un nivel muy elevado!). Sin embargo, todos necesitamos sentir amor y aceptación absoluta para tener autoestima (pensar que somos lo suficientemente buenos) y poder así ir más allá de nosotros mismos y tener la capacidad de querer a los demás. El Único que puede ofrecernos esto es Dios, Quién es Amor Incondicional.

 El momento de la oración es, entonces, un momento en el que me abro al Amor Incondicional, a Dios; cuando expreso mis esperanzas más intimas, mis miedos y mis deseos; cuando trato de aceptar que soy suficientemente bueno para que Dios me acepte y me quiera completamente. Es un momento en el que dejo de lado mis dudas y permito que Dios me quiera (¡algo a lo que nos resistimos de algún modo porque creemos que no valemos lo suficiente!). Es también un momento para recordar que Dios quiere a TODO el mundo de la misma manera, y que nos hace a todos (incluso a mis enemigos) dignos de recibir nuestro amor y solidaridad. La oración se convierte en un momento para pensar y expresar mi solidaridad con aquellos que en aquel momento necesitan que se les recuerde que tienen el amor de Dios –especialmente con los que están sufriendo. Todo esto me permitirá estar permanentemente abierto a la conversión.

Para nuestros grupos de la JECI, el espacio principal donde propiciar estos espacios de oración es, una vez más, nuestro propio grupo o equipo, donde esperamos que exista un espíritu de confianza y unidad y donde también nos tengamos presentes el uno al otro y seamos conscientes del mundo en su totalidad. Todos los otros espacios mencionados anteriormente (sesiones de formación, grupos de estudio, recesos, etc.) también son espacios importantes de oración. Evidentemente, uno de los espacios más importantes es el que nuestra Tradición nos ha dejado –la Eucaristía- en la que nos reunimos regularmente con toda la Iglesia universal para recordar a Jesús, el cual nos revela la fuente del amor y de la aceptación universal y absoluta.

Un elemento vital de toda oración es que nos permite desarrollar un espíritu de celebración. Cuando nos centramos de manera continua en un análisis y una acción, es muy fácil que estemos serios y que perdamos de vista la parte alegre de la vida. Poca gente puede mantener esta seriedad durante mucho tiempo y cualquier grupo que sea así no resultará demasiado atractivo para la gente nueva (¡especialmente los jóvenes!). Un momento de oración nos permite recordar el regalo que se nos ha dado con la vida (aunque estemos sufriendo), dar gracias por ello y celebrar y sentir la alegría de haber recibido este regalo.

6.  Verdad de Método

6.1    Una Espiritualidad de Transformación

Habiendo juzgado una realidad de vida desde una mirada de la fe, y habiendo identificado cualquier contradicción que pueda existir entre la realidad y la visión de Jesús sobre el Reino de Dios, ahora llegamos al momento de identificar la manera (el método) y una acción para eliminar la contradicción. Esto reforzará el crecimiento del movimiento, cuyo objetivo es integrar la  vida y la fe. Es en el proceso de comprometerse en una acción llena de Espíritu – la forma última de la espiritualidad de la JECI- que creemos que encontraremos a Dios más profundamente.

Todo lo que hacemos en el movimiento persigue una acción. ¿Por qué? Porque queremos marcar la diferencia en el mundo. ¡Queremos un cambio – transformación- en el nivel global y en la vida de los estudiantes! Y esto no lo podemos conseguir sólo hablando y rezando (aunque las dos cosas sean también imprescindibles). Tenemos que hacer cosas que marquen la diferencia. En cada grupo u organización, la gente hace muchas cosas, pero dentro del movimiento, una acción no es simplemente cualquier acción. Tenemos una manera particular de entender la acción, la cual refleja nuestra propia espiritualidad. Entonces, ¿cuál es para nosotros el contenido de una acción?

Acciones o actividades

Es  importante  empezar  haciendo  una  distinción  entre  las  acciones  y  las actividades ya que, para nosotros, no son necesariamente lo mismo.  Las actividades son acontecimientos normalmente organizados por los líderes de un grupo o de un movimiento (un comité o un grupo ejecutivo) que permiten la participación completa de todos sus miembros u otros grupos destinatarios. Ejemplos de ello son las liturgias, las discusiones, las charlas, los debates, las fiestas, los días de diversión, los peregrinajes, las sesiones de formación y capacitación, los recesos, etc. Todas estas actividades son esenciales para la vida de cualquier de nuestros grupos (igual que cualquier otra organización). Sin embargo, dentro de nuestro movimiento, nuestra concepción de la acción es muy diferente a esto.

Desde nuestro punto de vista, una acción es algo planificado y ejecutado por un grupo o por unas personas como respuesta a una experiencia particular, sobre la cual se ha reflexionado y se ha visto la necesidad de darle una respuesta. Por consiguiente, el punto de partida para determinar una acción es siempre una experiencia personal de uno o varios miembros del grupo. Esta experiencia no es un pensamiento, o una idea, o un deseo –sino algo que ha ocurrido realmente: una cosa mal hecha o mal dicha, un sufrimiento por el que un amigo está pasando, algo que ha ocurrido en clase en la escuela, algo que hemos visto en el programa de inmersión, etc. Por lo tanto, el punto de partida es explicar la historia de la experiencia. Entonces, se prosigue con un análisis profundo y una evaluación de lo que ha ocurrido (la parte del “Ver” y “Juzgar” de nuestra metodología, descritos en las secciones precedentes), lo que permite identificar la necesidad que requiere una respuesta. Habiendo reflexionado, debemos planear hacer algo que de alguna manera empiece a resolver el problema planteado. ¡Este “algo” es para nosotros una “acción”!

Por lo tanto, para nuestro movimiento, una acción es:

–          Algo que hacemos que surge de nuestra reflexión sobre una experiencia concreta, por lo que todo el mundo se la siente “propia” y está motivada para implementarla. Por lo tanto, no es vista como una “actividad” habitual de la organización.

–          Algo que todos los miembros han planificado (no sólo los líderes) – preferentemente un grupo pequeño.

–          Algo que tiene por objetivo transformar la experiencia con la que el estudiante se ha encontrado –algo que marcará la diferencia.

–         No es necesariamente algo que implique a mucha gente (como una gran conferencia, o un gran encuentro). Puede ser incluso un intento de hablar con alguien del tema en cuestión.

–          El principio básico es que ¡no hay ninguna acción que sea demasiado pequeña! La parábola de la “semilla de mostaza” (Marcos 4:30-32) es un buen ejemplo de lo que significa una acción en nuestro movimiento. La semilla más pequeña puede terminar siendo el arbusto más grande de todos. ¡Incluso la acción más insignificante puede tener un impacto muy superior al imaginado!

–      Algo que hacemos con el objetivo de acercar a otras personas al movimiento –con el objetivo de evangelizar. No realizamos acciones para nuestra propia gloria (para promocionarnos o promocionar al movimiento) sino para ayudar a los demás a descubrir las “buenas nuevas” que nos ofrece Jesús y para hacer crecer nuestro compromiso a la hora de implementarlas en nuestro mundo. Por este motivo, nuestro pequeño grupo siempre tiene un sentimiento de misión con respecto al gran grupo del que formamos parte (escuela, clase, comunidad,  etc.). Es una escuela de formación, en la que capacitamos a los laicos para ser líderes cristianos con el derecho y el deber de evangelizar. Todos estamos implicados en la difusión del movimiento especialmente en aquellos lugares en los que el evangelio todavía no ha sido enunciado – más allá de las fronteras de la Iglesia.

Evidentemente, muchas “actividades” también pueden ser “acciones”, pero sólo si surgen como respuesta a una experiencia que necesita que se trate con el objetivo de transformarla. Por ejemplo, puede surgir la necesidad de una formación en particular o regular para personas o para un grupo. En un sentido, podríamos decir que todas las actividades de alguna manera están cubriendo una necesidad ya que, si no hubiese surgido la necesidad, nadie participaría. Sin embargo, a menudo las actividades se organizan simplemente porque es la tradición del grupo o porque los líderes así lo han descrito, y entonces no se realizan con la perspectiva de cambiar nada. Dentro de esta perspectiva, la actividad puede convertirse en un fin por ella misma; entonces, puede que aporte diversión y motivación a las participantes, pero hace poco (o nada) para cambiar sus vidas. El desafío, por lo tanto, es evaluar regularmente las actividades que nuestro grupo está organizando para ver si se están haciendo por hacerlas o si facilitan un cambio en la vida de los participantes.

6.2    Una Espiritualidad de Acción

Desde esta perspectiva, hay quien nos puede considerar como “activistas”, ya que nos centramos en el hacer en lugar del ser. A veces nos etiquetan de “movimientos de acción” para diferenciarnos de los “movimientos espirituales”. Estas etiquetas a veces pueden implicar que no somos “espirituales” y nos alejan por lo tanto de la Iglesia, cuya dimensión principal es la “espiritual”. Si nos ven así puede ser por dos motivos: porque lo dicen personas que tienen una visión muy limitada de lo que es la “espiritualidad” –creen que la espiritualidad se limita a las oraciones y a la liturgia- o porque nosotros no estamos siendo fieles a la tradición de nuestro movimiento.

Una de las aportaciones específicas que nuestro movimiento ofrece a la Iglesia es la riqueza de una espiritualidad de acción. Creemos que Jesús nos llama a una conversión continua a la manera del Reino de Dios. Sin embargo, esta conversión no se consigue sólo hablando y rezando. Necesitamos discutir para llegar a tener un conocimiento más profundo de nuestras vidas, de lo que Dios quiere de nosotros, y necesitamos rezar para conseguir de la emanación de nuestra fe, energía y motivación. Sin embargo, es especialmente cuando situamos nuestros cuerpos donde nuestra mente y nuestro corazón han indicado cuando conseguimos llegar a una comprensión y a un conocimiento real de Dios. ¡Y “mover nuestros cuerpos” significa “actuar””! Cualquier experto en “Procesos de aprendizaje” lo confirmará: “actuando” aprendemos mucho más que simplemente “escuchando” o “hablando”. Por consiguiente, lo que Dios quiere de nosotros es que “hagamos” (transformar el  mundo, permitir que venga a nosotros el Reino de Dios), y de esta manera llegaremos a un conocimiento de Dios mucho más profundo (Santiago 2:14-26).

Encontrando Esperanza

 Además, es especialmente a través de la acción que encontramos esperanza. En muchos de los países a los que he visitado a lo largo de los años, muchos estudiantes con los que me he encontrado (dentro del movimiento) me han expresado su falta de esperanza para poder cambiar sus difíciles situaciones. Creen que sólo los que tienen poder o dinero (normalmente gente de fuera) pueden darles la salvación. A menudo, cuanto más hablamos y analizamos las situaciones difíciles, más desesperanzados nos sentimos y terminamos por sólo quejarnos. He escuchado decir varias veces: “el análisis en exceso nos lleva a una parálisis de acción”. Sin embargo, he descubierto que cuando nuestros miembros hacen algo (aunque sea algo pequeño) para solucionar los problemas identificados, se quejan mucho menos (incluso a pesar de seguir sufriendo), y tienen mucha más esperanza. ¡Creen que pueden marcar alguna diferencia, aunque sea pequeña, y que por lo tanto las cosas pueden cambiar!

Uno de los elementos que más mata la esperanza es el espíritu y  la mentalidad de dependencia que reside en muchas partes de nuestro movimiento. Muchos grupos empezaron con un apoyo financiero sustancial proveniente de benefactores o donaciones (normalmente desde círculos de la Iglesia). Sin embargo, pasado un tiempo, este apoyo ha disminuido o desaparecido completamente. ¡Esto ha hecho que muchos grupos se sientan impotentes y desesperanzados! A pesar de esto, con nuestra espiritualidad de acción, creemos que con cierta creatividad y fe, podemos encontrar maneras de superar esta mentalidad de dependencia y llegar a ser independientes – encontrar nuestros propios recursos- y ¡dejar de ver la salvación como algo que sólo puede venir de “fuera”!

La indispensabilidad de la Reflexión

Para que nuestra acción sea espiritualmente fructífera, existe un prerrequisito absoluto y es que debe estar precedida y seguida de una reflexión, para que podamos saber por qué estamos haciendo la acción y cuál es el efecto que ha tenido en nosotros y en el mundo. Si no existe esta reflexión, el sentido de la acción se puede perder fácilmente y nuestra actuación se convertirá en sólo “activismo”, que puede provocar que no esté bien guiado, o simplemente puede ocurrir que nos quedemos sin esperanza.

Conciencia de una acción en tanto que acción

Sólo podemos apreciar el verdadero valor de una acción si somos conscientes de que es una acción. He descubierto (pero solamente después de investigar muy profundamente) que muchos de nuestros movimientos llevan a cabo buenas acciones pero no las reconocen en tanto que acciones y, por lo tanto, el impacto positivo se pierde. Lo ilustraré con un ejemplo.

Una vez, cuando estaba visitando la JEC de Tyre, Líbano, me estaban acompañando al lugar de encuentro y vi que por todo el camino había unos signos pintados en las paredes (en árabe, por lo que no podía leerlos) que estaban firmados por el emblema de la JEC (que podía leer). Me explicaron que se trataba de una exhortación para mantener el barrio limpio, y también una manera de dar visibilidad al movimiento en tanto que  movimiento cristiano en una zona predominantemente musulmana en la que los cristianos a menudo se sentían amenazados e impotentes. Poco después, en la reunión, cuando pregunté cuáles eran las acciones que llevaban a cabo, me hablaron de debates sobre el desempleo, un concierto cultural y fiestas para recaudar fondos. Cuando pregunté por los signos que había visto en las paredes, se sorprendieron porque era algo que daban por sentado. Ésta era una acción excelente pero no la reconocían como tal. Creían que las acciones eran sólo aquellas en las que había la participación de mucha gente. Por lo tanto, parte del impacto espiritual de aquella acción probablemente se había perdido.

Es por este motivo que necesitamos revisar la comprensión que tiene el movimiento de una acción para que todos podamos convertirnos en agentes concientes del nuevo mundo que Dios quiere. Con un compromiso reflexivo y conciente en las acciones podremos encontrar a Dios más profundamente, descubriendo la esperanza, asi lograremos un cambio positivo en la vida de las personas, y construiremos un movimiento que busque que el Reino de Dios, un mundo de libertad, justicia y paz, llegue a nuestro mundo.

7.  Conclusión

 La espiritualidad de la JECI, una espiritualidad integral de reflexión y acción, a la que llamamos “Revisión de Vida”, es un proceso que se centra de manera continua en la realidad, el evangelio y la acción. Dándole la importancia necesaria a cada uno de estos pasos, llevamos a cabo un proceso continuo a través del cual tratamos más profundamente y entendemos mejor una experiencia de vida verdadera, reflexionamos detenidamente sobre el evangelio y realizamos una acción reflexionada cuyo objetivo es transformar nuestra realidad; a través de este proceso creemos que podremos encontrar a Dios, descubrir la Verdad y, en consecuencia, convertirnos en instrumento de Dios para hacer llegar el Reino de Dios a la Tierra.

 En cada uno de estos pasos se encuentran de manera implícita unas convicciones referentes al significado (contenido) del Evangelio y a los métodos (forma) de evangelización necesarios para reducir la contradicción existente entre la vida y la fe. Por lo tanto, podemos resumir nuestra espiritualidad diciendo que nos centramos en la vida, la fe y el método, uniendo estos elementos en un proceso que nos sirve de criterio para evaluar si estamos realmente viviendo una espiritualidad integral de acción y reflexión:

Vida Una espiritualidad de ver la totalidad de la Vida –de manera concreta, crítica y profunda
  1. ¿Tenemos en cuenta todas las dimensiones de la vida y buscamos la armonía entre ellas? (¿O solo tenemos en cuenta una dimensión o algunas de ellas de manera aislada?)
  1. ¿“Vemos” de manera concreta, profunda y crítica? (O de manera abstracta y superficial?)
Fe Una espiritualidad de juzgar la realidad y nuestros propios valores con los ojos de Jesucristo
  1. ¿Conocemos personalmente a personas pobres y marginadas e intentamos ver las cosas desde su punto de vista? (¿O lo hacemos desde el punto de vista de los ricos y los poderosos?)
  1. ¿Estamos potenciando la vida y permitiendo que la gente sea libre, se sienta llena, sea responsable e independiente? (¿O estamos potenciando la opresión y la dependencia y queremos que haya una obediencia ciega y temerosa a leyes absolutas? )
  1. ¿Permitimos que todos los implicados puedan participar plenamente? (¿O dejamos el poder sólo en manos de unos pocos?)
  1. ¿Estamos construyendo una comunidad donde todo el mundo tenga la misma dignidad y espíritu de solidaridad? (¿O estamos promoviendo el individualismo que provoca ver a algunas personas como merecedoras de más privilegios?)
  1. ¿Estamos ayudando a las personas a dialogar con grupos que tienen opiniones diferentes para poder buscar la verdad desde una mente más abierta? (¿O dejamos que la gente se agarre a, o absolutice, su propia verdad?)
Método Una espiritualidad de acción cuyo objetivo es transformar nuestra experiencia de vida
  1. ¿La nuestra acción está cambiando las situaciones de vida que vemos? (¿O nos estamos escapando de ellas?)
  1. ¿Permite que las personas implicadas encuentren libertad, justicia y esperanza? (¿O las deja tal como están?)
  1. ¿Está ayudando a los demás a que se acerquen al movimiento a través del descubrimiento del compromiso? (¿O les deja solos mientras nosotros buscamos nuestra propia gloria?)
La relevancia actual de la Revisión de Vida

Desde su fundación, la espiritualidad de la JECI se ha descrito con  los términos utilizados anteriormente. Sin embargo, aunque utilizamos las mismas palabras (especialmente las de ver, juzgar y actuar), la comprensión y la práctica de la Revisión de Vida ha cambiado mucho. De este modo, hay grupos de la JEC locales que aunque intenten conscientemente utilizar la misma forma (método) de espiritualidad (ver juzgar actuar), no han obtenido necesariamente el fruto (contenido) deseado. Eso ha provocado que muchos miembros consideren el método como algo mecánico, rígido, aburrido  e incluso opresivo – ¡justamente lo contrario al mundo que estamos intentando construir! Y por este motivo, nuestro impacto en el mundo ha disminuido.

 En consecuencia, mientras sigue siendo muy valioso (e incluso necesario) utilizar este método (forma) para alcanzar nuestro objetivo, també es muy importante evitar darle un sentido estricto. No debe ser una fórmula mecánica y rígida, sino una manera de seguir recordándonos la importancia de las tres amplias dimensiones: centrarse en la realidad, centrarse en los criterios de fe y centrarse en acciones transformadoras. Esto nos permitirá dar prioridad al contenido de nuestra espiritualidad –los criterios que utilizamos para evaluar nuestra práctica- sin la necesidad de sentirnos agobiados con el vocabulario de la metodología. También nos permitirá beneficiarnos de la variedad de metodologías que igualmente utilizamos (estudios de la Biblia, exposiciones, meditaciones en silencio, etc.) y que nos puede ayudar a profundizar y a entender cada una de las tres dimensiones.

Por lo tanto, a través de nuestra espiritualidad integral de reflexión y acción, estamos intentando capacitar a cada uno de los movimientos para que tengan una mayor conciencia de Dios en sus vidas, su escuela, su Iglesia, su mundo; lo hacemos ofreciéndoles un espacio (preferentemente en grupos pequeños) para reflexionar profundamente sobre sus experiencias personales, evaluarlas y actuar para transformar cada uno de los ámbitos. Cuando desarrollemos esta capacidad, nos convertiremos de verdad en un movimiento que crea líderes que tienen esperanza y que tendrán un mayor impacto a la hora de inspirar la fe que permitirá que el reino de Dios se convierta en una realidad en nuestro mundo.