Homenaje al Papa Francisco nº 04: Un gran faro en medio de la oscuridad

Reflexiones sobre el legado del Papa Francisco para la Iglesia y el mundo de hoy

Félix Grández Moreno

En su espléndida novela sobre el papa Francisco y el mundo de hoy, Javier Cercas recuerda un ensayo de Hannah Arendt, en el que esta filósofa cuenta una anécdota acontecida en 1963, en el tiempo en que el papa Juan XXIII agonizaba en el Vaticano. Según Arendt, una persona que trabajaba con ella le dijo: «Señora, este papa era un auténtico cristiano. ¿Cómo es posible tal cosa? ¿Cómo pudo ocurrir que un verdadero cristiano se sentase en la silla de san Pedro?».

Lo mismo que esa persona dijo sobre Juan XXIII podría decirse hoy sobre el papa Francisco: una persona buena, un seguidor de Jesús de Nazaret, con todas sus fuerzas, con todo su corazón. Un auténtico cristiano.  Un cristiano verdadero.

Al igual que Jesús, Francisco no se predicó a sí mismo. En buena cuenta, invitó a los cristianos y a todos los seres humanos a volver a Jesús, a volver al Evangelio. Para Francisco, la fe cristiana no es una ideología, sino el gozoso encuentro con el Dios revelado por Jesús,  que nos impulsa a ir al encuentro del prójimo. Sin esa dimensión fundamental de su vida, no se entiende la significación de este gran y querido personaje ni la trascendencia de su pontificado.

Dicho esto, hay que decir también que no se puede entender a Francisco y su legado sin entender el impacto del concilio Vaticano Segundo en su manera de ser cristiano y de ser Iglesia. Él mismo dijo en una oportunidad: “A lo largo de la vida, mis intuiciones, mis percepciones y mi espiritualidad fueron generadas por las sugerencias de la doctrina del Vaticano Segundo”.

Al inicio de su pontificado y aún ahora muchos hablan de Francisco como el gran reformador de la Iglesia.  Sin duda, ese fue uno de los propósitos que animó su servicio. También en ello retomó la enseñanza y el horizonte abierto por el Concilio, su intuición de una Iglesia abierta, en diálogo con el mundo, atenta a los signos de los tiempos.

Siguiendo a Jesús, Francisco invitó a leer y a escuchar las señales provenientes de la historia humana. Los grandes temas o causas de lo que se ha dado en llamar el magisterio de Francisco vienen de la voluntad de poner en diálogo el Evangelio y la realidad contemporánea.

En una sociedad y en un mundo fuertemente marcados por desequilibrios, heridas e injusticias, llevó el mensaje de fraternidad humana y amistad social, así como de cuidado del medio ambiente, de la Casa Común. Sus encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti tendieron puentes entre la Iglesia y el mundo en general e iluminaron un horizonte ensombrecido por la orientación de la política mundial y la deshumanización de las relaciones a nivel global.

Se dice también que Francisco es el papa de los pobres y de la misericordia. Y tienen razón. Se sabe ahora que eligió el nombre de Francisco de Asís en una clara expresión de su voluntad de poner, al igual que Jesús, su corazón en los míseros, en los pobres de la tierra.

Hizo suya la opción preferencial por los pobres. Al inicio de su pontificado, en el 2013, dijo querer “una Iglesia pobre y para los pobres”. Y reconoció en Gustavo Gutiérrez su cercanía con los pobres y el aliento que su reflexión teológica ha dado al compromiso de la Iglesia y de los cristianos con la gran aspiración humana a la liberación.

Para comprender su impacto y su legado no es suficiente hacer referencia a los discursos o a los documentos, sino que es preciso dirigir la mirada también hacia las obras y los gestos de este hombre bueno, con un corazón misericordioso. Impulsado por la misericordia, Francisco abordó cuestiones complejas como la problemática de los abusos sexuales y los abusos de poder en ambientes eclesiales. No los rehuyó e inicio procesos actualmente en curso.

Para la Iglesia como institución, el legado más significativo de Francisco es el redescubrimiento de la sinodalidad, es decir, el impulso para que, en la Iglesia, todos podamos “caminar juntos”, redescubriendo de esa manera “el gusto espiritual de ser pueblo”.

Es un proceso, un camino de conversión espiritual y cambio organizativo, con una enorme potencialidad para dejar atrás el clericalismo y construir una Iglesia de discípulos, donde todas las personas somos iguales a partir del bautismo, reconociendo la importancia de las mujeres y el papel de los laicos.

En resumidas cuentas, Francisco, como buen discípulo de Jesús de Nazaret, encendió un gran faro en un mundo ensombrecido por las guerras, la economía que excluye a las mayorías, los autoritarismos de todo tipo y la crueldad de muchos gobernantes y poderosos de nuestro tiempo.

En estos días, después de su muerte, varios analistas han afirmado con razón que Francisco inicio reformas que no han concluido aún y que hay el riesgo de que puedan revertirse.

Toca al sucesor de Francisco y, por supuesto, también a los cristianos y a las personas de buena voluntad hacer que esa luz siga encendida, que ese gran faro siga alumbrando en medio de la oscuridad que aún habita este momento de la historia de la humanidad.