Por: Gloria Helfer Palacios (Lima Perù)

Disculparán la provocación del título, pero son tantos años sosteniendo que no se puede someter a la educación a las leyes del mercado; que no se debe lucrar con ella; que no es nunca una mercancía; que no se puede tratar a la escuela como si fuera una tienda, una zapatería, un comercio o un chifa.

Cuando los chifas cierran, como ocurre ahora, sus dueños se ven afectados y los que gustamos de la comida china la extrañamos y eso es todo. Pero cuando una o muchas escuelas privadas no funcionan, como también ocurre ahora, miles de estudiantes se ven afectados en su derecho inalienable de recibir educación.

Ahí cobra sentido decir que la educación es un bien público, derecho de las personas, necesidad de los pueblos. Estamos mirando ahora con angustia y temor lo que va a pasar, después de tantos años de una política que apostó a que la privatización de la educación era la solución. Con la salud ocurrió lo mismo y vaya que estamos pagando caro la perversidad de esa apuesta en la cual el Estado debía desaparecer o minimizarse y dejar que la competencia y el libre mercado hicieran el milagro de la calidad. ¿Dónde está el milagro?

La competencia rompe la fraternidad, destruye la colaboración indispensable en un proyecto de humanidad. El Estado es el único garante que tenemos los ciudadanos para que nuestros derechos se cumplan y se respete nuestra dignidad.

Lo que ocurre hoy en día lo hemos visto en todos los noticieros diariamente, la mayoría de las escuelas privadas, especialmente las “de bajo costo” no pueden ofrecerles a sus alumnos plataformas de educación a distancia de calidad, otras sencillamente no pueden ofrecer nada. Los padres piden que se rebajen las pensiones, no quieren pagar por servicios que no cumplen con lo que habían contratado y otros sencillamente no pueden pagar porque han perdido sus trabajos o sus fuentes de vida. Una de las asociaciones de colegios privados sostiene que 9,000 colegios cerrarían a fines de abril, aseguran que no podrán pagar a los maestros. Resultado: miles de estudiantes se quedarían fuera de las escuelas si no se hace algo.

Las asociaciones de promotores piden subsidio, un salvataje como el que se les ofrece a las empresas para la fase de reactivación de la economía. Hasta ahora el Ministro de Educación lo que ha dicho es que se están preparando para recibir estudiantes que migrarán de las escuelas privadas hacia las públicas. Esa es una apuesta certera, afirmar, levantar la educación pública. No será nada fácil pero ya hemos visto donde nos llevó la otra apuesta.

La pandemia nos ha puesto frente a tremendas decisiones.

Comprometámonos todos primero a atender la emergencia ¡Que ningún alumno se nos quede fuera! Pero al mismo tiempo corrijamos los errores que nos han llevado a esta situación. No más escuelas empresas, ni padres clientes, ni educación mercancía. Tenemos que rediseñar, prefigurar, imaginar cómo queremos que sea nuestra vida, nuestra sociedad, nuestro planeta después de esta sacudida universal. Esta es la ocasión de apostar por la escuela pública de calidad, aquella que iguala, salva brechas, hace que los peruanos nos encontremos, reconociendo y disfrutando nuestra diversidad para construir proyecto juntos. Lo dice el presidente todos los días: juntos, poniendo cada uno de su parte, podemos.

Este es el tiempo de innovadores, atrevidos, visionarios y organizadores. No queremos la vieja educación estatal, ineficiente, autoritaria, burocrática, formalista que mata las iniciativas de los maestros y que ahoga la autonomía de las instituciones. Queremos la que estamos viendo surgir, con maestros que se organizan en redes rurales y urbanas, que “de profe a profe” comparten lo que van creando y muestran con orgullo lo que están logrando en condiciones precarias y muy duras. Aquella, donde miles de docentes aprenden a paso de polka a manejar programas para hacer “educación remota” que hace semanas desconocían, y familias que los acogen adaptando espacios educativos al interior de sus hogares.

También en la educación que veo en los canales de TV y las radios nacionales, locales y en las bocinas de los pueblos, conseguida en tan poco tiempo. En ella veo compartir, colaborar, apuesta por la vida y por salir adelante. Tiene una vitalidad que no podemos desperdiciar porque ahí está nuestra riqueza.

No ignoro la complejidad de lo que viene, desde la necesidad de conseguir y reorientar presupuestos hasta organizar el acompañamiento a los estudiantes, maestros y familias para que no decaiga su entusiasmo. Ideas hay muchas, los Centros de Recursos y Servicios Educativos Digitales pueden ser muy útiles si se arman con criterio territorial para que todas las instituciones educativas públicas y privadas de una circunscripción puedan recibir y compartir servicios sin distinción.

Para más adelante, hay que inventar una educación presencial y a distancia compartiendo locales o itinerante, en horarios diversos para no aglomerar a los alumnos y prevenir rebrotes del mal. Necesitamos convocar a las universidades y a las instituciones que tienen recursos, materiales y experiencia acumulada en trabajo de educación, rural y urbana, para que generosamente los entreguen; también a profesionales, sicólogos, maestras y maestros jubilados para que acompañen y sostengan la salud emocional que tanto stress produce en los colegas que están en la brega y a muchos más.

En conclusión, necesitamos una gran movilización nacional por la educación que responda al desafío de hoy y nos permita reinventar la escuela, la educación que queremos.